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Alberto Alonso (Oñati, 1976), director de Gogora, el Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos, habla con emoción. Lo hace tanto del pasado, para glosar la figura de Gregorio Ordóñez tras visionar el documental presentado ayer en San Sebastián, como del futuro para subrayar los retos pendientes que tiene la sociedad vasca.
–¿Qué le ha parecido el documental?
–Me ha gustado porque trasciende lo local. Cuenta perfectamente lo que es la historia de un concejal comprometido con su ciudad, pero también ha sido capaz de tocar las teclas necesarias para hacerlo universal, para hablar de lo que fue la soledad de las víctimas, la soledad de sus familias, el dolor, el sufrimiento que generó o que creó a este pueblo tanta locura. Me ha gustado por eso, porque tiene la capacidad de hablarnos de algo tan local como un concejal y el verdadero drama que es su asesinato, pero también el tocar las teclas universales que hacen de este caso un poco la representación de las ochocientas cincuenta y tres víctimas del terrorismo.
–¿Alguna escena o frase que le haya marcado profundamente?
–Dos cosas. Una, que es aquello de 'sabía que iba a pasar'. O sea, gente que sabe que va a ser asesinada. Hoy nos parece increíble, ¿no? Por otro lado, el testimonio de la soledad. Decía Ana Iríbar que en la manifestación toda la ciudad salió, pero que después la gente no le miraba, cambiaba de acera, se sentía sola... Yo creo que también es el reflejo de la enfermedad de aquella sociedad. O sea, éramos capaces de reaccionar en el momento del impulso, pero al día después nos volvíamos a callar, a agachar la cabeza.
–(...)
–Hay una frase que pesa como una losa, que nos va a costar mucho olvidar. ¿Cuál? Yo no quiero problemas. Como pasa en los pinares en el periodo de polinización, que todo se queda verde y hay una especie de polvo pegajoso que está en todo. Pues esto era igual. El miedo era algo parecido que lo cubría todo.
–¿Dónde estaba aquel 23 de enero de 1995?
–En Oñati. Y el día después vine a Donostia con mi padre. En la calle nos cruzamos con la manifestación y nos unimos. Para mí fue una toma de conciencia. Por eso me acuerdo del título del documental –'Gregorio Ordóñez, el asesinato que despertó la rebelión contra ETA'. Lo de llamar a la rebelión lo hago mío. Esa fue la primera vez.
–¿Y cómo recuerda la figura de Gregorio?
–No llegué a conocerlo, pero sí a gente que ha seguido su legado. Y fue una de las personas que ha dejado tanta huella en la ciudad, como por ejemplo Odón Elorza. Políticos de aquella época que retrata el documental, de la puerta abierta, de la implicación. Hay que tener mucho valor para saber que te van a matar, o que puedes morir, y cada día salir a la calle a hablar con los ciudadanos. Y quiero decirte una cosa.
–Dígame.
–Creo que una de las cuestiones que la sociedad tiene que trabajar en relación con las víctimas es trascender de lo conmemorativo. Está muy bien recordar, pero tenemos que ser capaces de trasladar esos casos a la esfera ética.
–¿A qué se refiere?
–Hay que ir también a los núcleos. Comprender por qué esto ha pasado, qué motivó esta locura. Antonio Rivera habla de los relatos por los que mataron. Cuando lleguemos a comprender las razones que llevaron a esta locura, igual podemos detectarlas.
–Gregorio hablaba en público con mucha seguridad, pero en la esfera privada mostraba su vulnerabilidad. «No quiero traer huérfanos al mundo» es la frase que muchos tienen en la cabeza...
–Sí, sí (rotundo). Es que somos humanos. Tú puedes ser muy valiente, pero cuando llegas a casa y miras a los ojos a tu mujer o a un bebé recién nacido, es normal que te entren dudas. También lo decía Consuelo, que le temblaban las piernas cuando iba a las manifestaciones de Gesto por la Paz. Lo contrario sería preocupante porque serían personas de acero. Y no, somos humanos.
–¿Cómo hemos avanzado como sociedad vasca?
–Ahora mismo aquí hay cinco socialistas y no hay ningún escolta en la puerta, ¿no? Hemos hecho muchas cosas bien. Y posiblemente todo empezó aquí. Poco a poco fue cambiando. Fuimos despertando, fuimos quitándonos ese polvo, ese polen de pino. Esa sociedad ha despertado. Bernardo Atxaga lo contaba muy bien en 'La pelota vasca', cuando decía aquello de 'el día que nos quitemos esto de encima, los vascos andaremos a un palmo del suelo'.
–¿Qué nos queda por hacer?
–El reto es no olvidarlo. Ser conscientes de que esto puede volver a pasar. Que no fue una tormenta. Aquí había estructuras sociales, culturales y políticas que nadie nos libra de ellas que puedan volver a pasar. Lo que nos queda es vacunarnos. Todavía un porcentaje muy grande de la sociedad sigue sin posicionarse en torno a esta cuestión. No solamente los políticos, sino la sociedad.
–O sea, hay trabajo por delante.
–Sí, ése es el gran reto de Gogora. Gogora, en realidad, se llama Instituto Vasco de la Memoria y la Convivencia. Por eso siempre digo que tiene que haber, por un lado, convivencia de las diferentes memorias. Cada uno tendrá su vivencia. No podemos imponer un relato, porque cada cual lo ha vivido de su manera. Yo hablo siempre de convivencia de memorias y memoria para la convivencia. Siempre que todas esas memorias tengan claro una base fundamental que son los derechos humanos.
–Como acaba el documental: un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro.
–Exacto. Hay otra cita que me gusta mucho: hay mil formas de gestionar la memoria. Lo que no puede una persona es gestionar su olvido. Entonces, efectivamente, un pueblo sin memoria no es pueblo.
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