PNV y PSE escenificaron ayer con luz y taquígrafos –y con la inevitable imagen de los dirigentes socialistas subiendo en el ascensor cilíndrico de Sabin ... Etxea– el arranque de las conversaciones para que ambos partidos reediten el Gobierno de coalición que mantuvieron la pasada legislatura. El inicio de las negociaciones se produce con la urgencia que exige el inquietante contexto, con una preocupante coyuntura a raíz de los brotes de coronavirus que se están registrando en los últimos días, y con los devastadores efectos en la paralización económica que provocó la pandemia desde marzo. Aunque el nuevo Gobierno Urkullu no estará listo hasta primeros de septiembre por las circunstancia inherentes a los plazos legislativos y de las vacaciones de agosto, ambos partidos se muestran de acuerdo en acelerar el proceso que debe culminar en un rápido acuerdo que debe trasladar a la sociedad vasca una imagen de unidad y fortaleza en unos momentos en los que se necesita proyectar solidez y solvencia política en la gestión de unas decisiones tan sensibles.
Urkullu tiene ya en su cabeza el diseño de su nuevo gobierno, que descansará en una balsámica mayoría absoluta en el Parlamento Vasco, y se alejará de aquellos apuros que sufrió en la Cámara en las dos anteriores legislaturas por no llegar a los 38 escaños que dan la llave de la tranquilidad. El lehendakari, que ya podrá desplegar su calendario legislativo sin el freno de la oposición, deberá reforzar su gabinete ante los inminentes retos sanitarios, económicos y sociales que la pandemia ha puesto en primer lugar de la lista de objetivos del programa de gobierno que las delegaciones de PNV y PSE tendrán encima de la mesa. Las embestidas que, primero el derrumbe de Zaldibar y luego el Covid, pusieron en aprietos al Gobierno Vasco deben ser tomadas en cuenta para corregir los puntos débiles.
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