El PP vuelve a vivir uno de sus momentos más críticos de su trayectoria. La tela de araña de la corrupción enreda de nuevo a ... los populares. El relato del caso Kitchen que ya comienza a leerse en sumarios, informes policiales y declaraciones de un presunto investigado es tan estremecedor como vergonzante por la funesta metodología aplicada presuntamente para activar toda una red de espionaje sobre la familia Bárcenas, al margen de cualquier control policial. Según apuntan las investigaciones, el entonces ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, del Gobierno Rajoy, y la secretaria general del partido, María Dolores de Cospedal, aparecen bajo el foco de las sospechas en una supuesta utilización de las estructuras del Estado y en la creación de la denominada 'policía patriótica' para vaciar de pruebas comprometedoras a Bárcenas, que en aquellos años aireaba asientos contables minuciosamente escritos de la caja 'B' del PP. Y una vez más el excomisario policial Villarejo, ahora encarcelado y que chapotea en todos los charcos, vuelve a estar en el centro de operaciones de este 'watergate' a la española que puede acarrear fatales consecuencias a la actual ejecutiva del PP. Por este motivo, a Pablo Casado, su actual líder, no le tembló ayer su voz cuando marcó distancias con la anterior dirección al clamar que 'cairá quien tenga que caer', 'tolerancia cero', 'ejemplaridad' y remachó con 'no voy a pasar una'. Todo un aviso. Casado, que en aquellos años era un diputado raso y no estaba en el cuadro de mandos del partido, quiere esgrimir su lejanía de aquel desaguisado para preservar las siglas y, de paso, autoprotegerse como líder ante las embestidas que a buen seguro recibirá desde diferentes frentes. Casado ganó el congreso del PP a Soraya gracias a los votos de Cospedal, que se los entregó por enemistad colateral. Mientras, Rajoy, el jefe de aquel Gobierno, calla.
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