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Las elecciones de Madrid han revelado la importancia de no minusvalorar nunca al adversario. Como sostiene el filósofo Daniel Innerarity, en política nunca debes despreciar ... a tu rival. La victoria de Isabel Díaz Ayuso confirma una corriente que tiene factores coyunturales -la crisis pandémica y el cansancio por las medidas restrictivas- pero también puede obedecer a una tendencia más estructural en una sociedad en la que las clases medias y las nuevas generaciones, también los votos progresistas, se mueven en unas coordenadas mucho menos ideologizadas que en el pasado que conocemos. Iñigo Errejón lo intuía en su día antes de su divorcio político con Pablo Iglesias. Puede que a Euskadi no llegue las ondas directamente, pero atención al fenómeno, que es más de fondo de lo que parece.
La izquierda no puede menospreciar el 'deseo' como combustible electoral de éxito frente a una derecha que se ha envuelto en la bandera de la 'libertad' hasta la caricatura. Habrá que extraer conclusiones. Incluso cuando se debate sobre la fiscalidad, que, junto a una hostelería angustiada, han sido activos agentes electorales. La derecha estaba hace tiempo hiperactiva y tenía ganas de un sonoro desquite. García Ayuso ha sido la 'madre permisiva' premiada por el electorado, como en su día Trump ganó las elecciones contra todo pronóstico a los demócratas y desde Europa no entendíamos qué es lo que había ocurrido en las clases medias bajas de la sociedad norteamericana y nos costó tiempo reaccionar ante el principio de realidad. El miedo al futuro incierto por el Covid ha sido una clave del 4-M.
Es verdad que los comicios no son extrapolables a toda España pero tampoco pueden relativizarse como si no tuvieran ningún efecto. El PP sale más fortalecido al fagocitar el espacio de centro que representaba Ciudadanos y ha recibido también 'prestado' voto socialista en una inesperada ruptura de la dinámica de bloques. Se produce un primer movimiento en la reordenación del espacio de centroderecha que puede permitir al PP dar la batalla por La Moncloa en condiciones mejores. Se evidencia un pulso frontal contra el Gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos, demonizado hasta el tópico, sobre todo en el Madrid 'cabreado'. Determinados pactos de Sánchez con los independentismos periféricos suscitan mayor hostilidad que la proximidad entre el PP y Vox, y este discurso crítico ha empezado a calar en un sector del electorado de la izquierda. Cierta derecha dura arraigada en la hipérbole madrileña ha construido un imaginario de deslegitimación democrática del Ejecutivo central que empieza a recoger sus frutos. Contra esta simplificación populista lo peor que se puede hacer es deslizarse por el territorio de la superioridad moral de la izquierda.
Sánchez sale tocado del 4-M y necesita pasar cuanto antes página para vencer al Covid y mejorar la economía. La polarización de bloques va a continuar, e incluso enconarse. El PP no va soltar el hueso de la confrontación porque huele que las vías de agua en el sanchismo pueden aumentar. Lo que ahora necesita el presidente es reestablecer las relaciones con sus aliados, dañadas por los vaivenes de la cogobernanza y la derogación del estado de alarma, y ponerse el buzo de la recuperación y las reformas. No queda otra. Cualquier otro volantazo sería suicida. El Gobierno también tendrá que restañar su complicidad con ERC, cuyo respaldo es vital para la viabilidad de le legislatura. Es decir, si el PP depende Vox para tener mayorías algún día, el PSOE necesita al independentismo. Ese es bucle perverso de la política española que tiene sus costes.
El 4-M ha sido comparado con los comicios vascos de 2001 entre Ibarretxe y Jaime Mayor. Entonces, el PNV recibió una marea de voto 'prestado' -incluso muchos sufragios socialistas- para evitar que ganara el PP. En Madrid, Pablo Iglesias ha suscitado un voto de rechazo, también en el PSOE. El futuro no está escrito, pero el Gobierno de coalición de izquierdas va a necesitar el firme apoyo de sus aliados. Se avecinan tormentas ruidosas y Sabin Etxea lo sabe. Pero el problema estriba en ERC. La rivalidad en el independentismo catalán - con Puigdemont empeñado en el desgaste político de Aragonès- es, en el fondo, el verdadero talón de Aquiles de la legislatura y su principal amenaza.
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