A todo o nada
La mirada ·
Casado se lanza a por la Moncloa con un discurso implacable que no le deja margen: o logra una mayoría amplia o solo le quedará Vox para pactarQué larga y qué extenuante puede hacerse la legislatura española de aquí a 2023. Un pulso sin concesiones, aun más acerado si cabe una vez ... enfilada la salida de la tragedia pandémica, entre el Gobierno de Pedro Sánchez y el PP que volvió ayer por donde solía -la plaza de toros de Valencia- para propulsar la candidatura a la Moncloa de Pablo Casado. Las formas, ya se sabe, pueden resultar en política tan relevantes como el fondo. Tan elocuentes o más, si cabe. La víspera, Isabel Díaz Ayuso había protagonizado una calculada y fulgurante irrupción en la convención de los populares recién aterrizada de Nueva York, preludio de ese paso atrás -«Mi sitio está en Madrid»- con el que la baronesa vino a perdonarle la vida a Casado sabedora de que, de lo contrario, los que no iban a perdonársela a ella son los barones del partido. Ayer, Casado quiso tomarse la revancha ante las dudas que suscita la entereza de su liderazgo con una escenografía que evocó al PP que antaño salía al ruedo a apabullar con su poderosa estructura entonces sin abolladuras. Lleno en tiempos postpandémicos en el coso valenciano, sin importar el qué dirán -la corrupción anudada a los tejemanejes mediterráneos de Gürtel-. Solazo otoñal con manga corta en el tendido y Casado con terno oscuro presidencial abrasándose «por España», según la hipérbole que utilizó en una entrevista con este periódico. Una hora de discurso sin titubeos y sin matices, con una retórica implacable en la que solo mencionó a Sánchez para anunciar que no iba a mentarle más porque «el cambio ya está aquí» y «salimos a por todas». A todo o nada, puede interpretarse de la escorada intervención hacia la derecha con la que Casado se dio ayer su baño de masas en Valencia. A todo o nada, porque la contundencia de su discurso solo deja hoy al líder de los populares -ya veremos cuando se aproximen las generales- dos alternativas para alcanzar el poder: o logra sobrepasar a Sánchez con una mayoría lo suficientemente amplia que le permita gobernar con manos libres a lo Ayuso o solo le quedará la opción de abrazarse a Vox si los de Abascal aguantan el tirón, porque dudosamente va a encontrar otros socios con su discurso de ayer. Bien es cierto que la fragmentación del panorama electoral español, su polarización y la consunción de Ciudadanos apenas abre márgenes para pactar fuera de los bloques actuales. Pero es casi imposible que el PP vaya a restablecer sus antiguos cauces de entendimiento con el PNV cuando Casado abogó por empoderar competencialmente al Estado frente al autogobierno de Euskadi y Cataluña, en un proceso de recentralización cuyas últimas líneas estarían escritas en el Código Penal con el castigo a los referéndums ilegales y sin indulto posible.
Es casi imposible que el PP se entienda con el PNV con el discurso recentralizador desu presidente ayer
Es significativo cómo los eslóganes políticos se intercambian entre portavoces y de siglas en estos tiempos de política volcánica. Ayer, Casado se mostró convencido de que el PP gobernará gracias a la movilización de «la mayoría silenciosa», la misma terminología que acuñó la Moncloa en el ciclo electoral preCovid y que acabó -aviso a navegantes- con el PSOE estancado en 120 escaños. Una mayoría que votaría, según el líder del PP, por darle la vuelta como un calcetín a la España de Sánchez. Adiós a todo, de la ley Celaá a la de memoria histórica pasando por la de eutanasia. Fuera «la manada de abertzales» -en alusión a los radicales que han agredido a militantes del PP- «que mantienen la Moncloa» apoyada en EH Bildu. En uno de los epicentros de la corrupción, Casado reivindicó la pureza de los suyos, y pintó al PP como el heraldo del feminismo. Fue, sí, un discurso sin complejos. En la grada le escuchaban, sentados juntos, Ayuso, Moreno y Feijoó. Ayer Casado sintonizó más con la rotundidad de la primera que con la templanza de sus dos barones.
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