Borrar
Las 10 noticias clave de la jornada
Gentío gritando "¡cipote, cipote!" en Tarazona sin que el asunto tenga nada que ver con algo fálico.
Cipotegato versus Paco Martínez Soria

Cipotegato versus Paco Martínez Soria

El municipio zaragozano de Tarazona celebra su fiesta en la que el personal se lía a tomatazos con una especie de bufón al grito de ¡cipote, cipote!

JORGE BARBÓ

Martes, 26 de agosto 2014, 08:38

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Una improvable lucha por convertirse en el icono local de Tarazona habría tenido lugar en la arena de esa rara plaza de toros de planta octogonal. O a la sombra de la impresionante y remozada catedral de Santa María de la Huerta. Pero hoy no hemos venido hasta este municipio aragonés, que brota como una seta parduzca en las faldas del Moncayo, para disfrutar de sus encantos. No. A un extremo del ring, con su sempiterna boina bien calada, con ese acento baturro cerradísimo, que a algunos les (nos) provoca una sonrisilla cariñosa y a otros les provoca estériles y encendidísimos debates sobre la representación del aragonés como cateto en el resto del país. Y al otro lado, Cipotegato, mitad bufón, mitad héroe y otro poco, pero sólo un poco, villano. Vestido de arlequín, es un tipo que tiene el culo pelado a base de abrirse paso entre el gentío y entre sus cariñosos tomatazos, que lo de Celedón -con todos los respetos-, se queda en un juego de niños.

Al eterno Paco Martínez Soria le conoce (o debería) conocer todo el mundo por estos lares. Cualquiera que se haya dejado caer en algún momento por ese 'Cine de barrio' viejuno habrá cogido a medias películas como 'Abuelo made in Spain', 'Hay que educar a papá', 'El alegre divorciado' o ese 'Vaya par de gemelos' ambientado en Tarazona, en su Tarazona. Por su parte, el bueno de Cipotegato habrá pasado desapercibido al lector entre las imágenes de algún informativo de sobremesa, en ese espacio veraniego sobre fiestas extrañas que se celebran por la vasta piel de toro. No es para menos. El anónimo arlequín abre el miércoles a mediodía las fiestas en honor a San Atilano y lo hace mientras sus convecinos se lían con él a tomatazo limpio. Todo muy civilizado.

Tradición confusa

El origen de la tradición es tirando a confuso. Cuentan que una vez al año, por fiestas, se indultaba a un preso. Un poco como ahora, sólo que sin Consejo de Ministros de por medio. En lugar de conseguir la libertad a través de una carta gardallonesca, el presidiario se lo tenía que currar un poco más. Le soltaban en la plaza del Ayuntamiento y si conseguía salir del pueblo, se convertía en hombre libre. Teniendo en cuenta que Tarazona no es Nueva York, la cosa parece sencilla. Pero no. La complicación del asunto estribaba en que todos los vecinos estaban esperándole, sin que él lo supiera, para emprenderla con él a pedradas. Y para que se defendiera le daban un palo con una bola, que como arma resultaba un pelín inútil.

La otra versión dice que lo del Cipotegato es la evolución de un personaje, el Pellexo de Gato, que utilizaba el cura del pueblo durante los siglos XVI y XVII para espantar a los chiquillos, para que no dieran la murga durante la procesión. Las inocentes criaturicas, que ya entonces no tenían idea buena, le arrojaban verduras al enmascarado. Y de ahí a la tomatina de ahora, con miles de almas concentradas en la plaza para embriagar a Tarazona con esa mezcla de tomate, vino barato y feromonas en ebullición, que aquello parece una brutal hamburguesa humana a la que le han puesto demasiado ketchup.

Lo (todavía) más curioso del asunto es que ser Cipotegato se convierte en un raro y oscuro -rayano en el sadomasoquismo- objeto de deseo para la muchachada local. Cada año un buen número de mozos se presentan al sorteo que designará al cipotegato, cuya identidad permanece en secreto hasta el inicio de la fiesta, cuando el bufón consiga escalar la escultura que se levanta en la plaza, ayudado por las cuadrillas y al grito encendido de ¡Cipote, cipote!

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios