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Julio Peña es Miguel de Cervantes y el italiano Alessandro Borghi encarna a Hasán, el Bajá de Argel.

'El cautivo': Un luminoso cuento de moros y cristianos

Indignarse ante la imaginería 'queer' de la película de Amenábar impediría disfrutar de una cálida reivindicación del arte de contar historias

Jueves, 11 de septiembre 2025

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Si en 'Mientras dure la guerra' la veracidad histórica del enfrentamiento entre Unamuno y Millán-Astray hizo correr ríos de tinta, 'El cautivo' ha originado cierto revuelo antes de su estreno a cuenta de la presunta homosexualidad del autor de 'El Quijote'. Una polémica estéril, porque 'El cautivo' contiene ideas que retan aún más al espectador, como el retrato de los musulmanes como seres civilizados, bellos y hedonistas, mientras los cristianos se revelan como una panda de resentidos, cainitas y castrados por curas infames.

Cada película de Amenábar se recibe como una superproducción –'El cautivo' lo es para los estándares del cine español–, pero lo cierto es que el director de 'Tesis' concibe sus historias con absoluta libertad, ajeno a modas y corrientes. Tras Hipatia de Alejandría ('Ágora') y Miguel de Unamuno ('Mientras dure la guerra'), Cervantes (Julio Peña) es otro intelectual enfrentado a la barbarie. Ojo, 'El cautivo' no es una película de aventuras ni hay la menor épica en las peripecias del protagonista durante su cautiverio de cinco años en Argel. Casi toda la acción se circunscribe a la prisión en la que se hacinan los españoles capturados, una barbería y las coloristas calles de la ciudad, mientras en las alturas los contempla desde su palacio el Bajá o gobernador de Argel (Alessandro Borghi). Abajo luchan por un trozo de pan; arriba disfrutan de fuentes de agua, celosías, música, fruta e inciensos.

Tráiler de 'El cautivo'.

Una Alhambra en la que los musulmanes retozan con sus mancebos o garzones, viviendo la homosexualidad con absoluta naturalidad. Nada que ver con la represión personificada en el cura del Santo Oficio que borda Fernando Tejero, también encarcelado, alcahuete rastrero que tratará de acusar al protagonista de sodomía y depravación. Un inquisidor envidioso de la capacidad del futuro escritor para fascinar a sus oyentes con historias inventadas. Primero a sus propios compañeros de celda, después al mismísimo Bajá.

Así, 'El cautivo' es ante todo una reivindicación de la ficción como bálsamo ante la adversidad. Necesitamos que nos cuenten relatos para poder vivir. Cervantes, fabula Amenábar, procede de una familia sin un real y sus intentos de hacerse caballero de armas se saldaron con un brazo inútil. En Argel descubrirá su poder para engatusar con la magia de la palabra. Un personaje le califica en un momento dado como «el impostor más grande que conozco». Otro le susurra tras un fallido intento de fuga: «Tú vales más que todos nosotros».

La voz en off de otro prisionero, el cabal Padre Sosa (el gran Miguel Rellán), narra los acontecimientos imprimiéndoles el aroma de la leyenda. Amenábar recrea las historias que cuenta Cervantes, mezclando realidad y ensoñación a modo de muñecas rusas. También introduce guiños a la novela que hará inmortal al protagonista. Los Redentores, que pagan los rescates de los prisioneros, tienen el aspecto de Don Quijote y Sancho Panza, y en una barbería encontramos una bacía como la que el hidalgo utilizaba de yelmo. Los molinos de la Mancha despiertan la nostalgia del barbero al que da vida Roberto Álamo.

Más cerca del cuento romántico que del 'biopic' canónico, 'El cautivo' contiene, sí, una historia de amor homosexual resuelta con pudor y contención en una breve escena de baño. Alessandro Borghi dota de fascinación a un gobernador brutal y despiadado, que habla cinco lenguas y luce aspecto de Sandokán con sus turbantes, pendientes y ojos pintados de kohl. Tan cruel como para rebanar la oreja de un desdichado y hacérsela comer, pero también tan sabio como para reconocer el talento del autor de Alcalá de Henares y llevárselo a la bañera.

Alejandro Amenábar y Julio Peña en el rodaje del filme.

Autor asimismo de la música, como suele ser habitual en sus filmes, Alejandro Amenábar nos habla de tolerancia entre culturas, del poder de la palabra y del amor entre dos hombres. Si en 'Ágora' y en 'Regresión' condenaba el fanatismo religioso y de las sectas, en su última película denuncia la hipocresía de la Iglesia católica. Cierto es que esa idea inicial del contador de historias a lo Sherezade se olvida en la segunda parte dado el número de personajes con voz: soldados, frailes, inquisidores, presos...

Al igual que 'El Quijote', 'El cautivo' es un elogio a la imaginación. Quedarse con la polémica de la orientación sexual de Cervantes o indignarse ante la imaginería 'queer' impediría disfrutar de una obra luminosa y cálida, que en estos tiempos ágrafos reivindica a nuestro escritor más universal.

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