Liam Neeson contra la Administración Nixon

Mediaba el mes de junio de 1972 cuando Washington se despertaba con una noticia aparentemente inocua que, sin embargo, terminaría sacudiendo los cimientos de la capital estadounidense. Cinco hombres acababan de allanar las oficinas del Partido Demócrata en el complejo Watergate. Tras recibir la llamada de un guardia de seguridad del edificio, la policía detenía a los asaltantes -Virgilio González, James W. McCord Jr., Eugenio Martínez, Bernard Baker y Frank Sturgis-, los cuales habían tratado de instalar un sistema de escuchas. Hubo quienes dieron poca importancia a lo ocurrido. 'The Washington Post', por ejemplo, encargó la historia a un par de reporteros de la sección local que no sobresalían del resto salvo por una cosa, su hambre. Carl Bernstein llevaba seis años en el diario. Bob Woodward apenas contaba con uno de experiencia en la redacción que comandaba Ben Bradlee. Lo ocurrido, creían los mandamases del periódico, merecía unas cuantas líneas y poco más. Pero Bernstein y Woodward pensaban que había algo más. Y comenzaron a desentrañar la madeja. Llamaron a cuantas puertas fueron necesarias, se enfrentaron a sus jefes, pasaron largas horas repasando notas y, también, fueron objeto de amenazas. A medida que excarbaban se iban dando cuenta de que ante sí tenían el mayor escándalo político de la democracia estadounidense.

Las ramificaciones eran múltiples, pero les faltaba el núcleo que les permitiese conectarlas. Fue entonces cuando entró en acción un informante al que Woodward había conocido años antes durante su servicio en la Marina y que operaría como brújula de los reporteros. Disponía de acceso privilegiado a la investigación y estaba dispuesto a suministrarles todos los datos que precisaban. Cuando quería contactar con Woodward, dibujaba un círculo rojo en la página número 20 del ejemplar de 'The New York Times' que el periodista recibía en su casa. Cuando era éste quien necesitaba de su atención, colocaba una maceta con una bandera roja en el balcón de su apartamento. Sin él, es posible que el mundo jamás hubiese entendido lo sucedido. Y Nixon, posiblemente, hubiese agotado el segundo de sus mandatos presidenciales. Pero el 8 de agosto de 1974, el trigésimo séptimo presidente de Estados Unidos anunciaba su dimisión, evitando así lo que parecía un 'impeachment' seguro. Sin embargo, aún quedaba un misterio por resolver. Woodward y Bernstein habían jurado mantener en secreto la identidad del informante. Sólo se le conocía como 'Garganta profunda', denominación extraída del filme pornográfico que hacía furor por aquella época. Hasta que en 2005, el sujeto en cuestión decidió abandonar el mundo de sombras por el que siempre había transitado. Se trataba de Mark Felt, número dos del FBI. Y su historia era de película. Ahora llegará a la gran pantalla, con Liam Neeson en el papel estelar.

El actor irlandés protagonizará 'Felt', un largometraje que devolverá al primer plano de la actualidad a ese hombre fallecido en 2008, tres años después de resolver un enigma que había atormentado a los investigadores del Watergate durante tres décadas. Peter Landesman ('Concussion') será el encargado de dirigir el filme a partir de un guión escrito por él mismo. Firmará así su segundo trabajo tras la cámara, después de narrar en su ópera prima, 'Parkland', el asesinato de quien fuera el más enconado adversario de Nixon, John F. Kennedy. Un largometraje que, como 'Felt', también escribió el cineasta, tomando en aquella ocasión como base uno de los estudios más rigurosos sobre el magnicidio, 'Reclaiming History: The Assassination of President John F. Kennedy', de Vincent Bugliosi. Ridley Scott, Gary Goetzman, Tom Hanks, Giannina Scott, Marc Butan, Christopher Woodrow y Jay Roach serán los productores de la película que tendrá como productores ejecutivos a Steven Shareshian, Michael Schaefer, Michael Bassick y Steven Marshall.

Difícil misión

El thriller, que profundizará en la vida de Felt y, sobre todo, en el episodio que situó su nombre en los libros de historia, contará también con la presencia de Diane Lane ('Noches de tormenta'), quien pondrá rostro a Audrey, la esposa de Felt. Una mujer ambiciosa y problemática que se suicidó en 1984, tal y como reveló el propio Felt en una autobiografía publicada en 2006. La odisea vivida por Felt, condenado por los allanamientos ilegales ejecutados por agentes del FBI en domicilios de los Weather Underground, una organización radical de izquierdas, e indultado posteriormente por Ronald Reagan, la sumió en una depresión. Pero Felt también decidió recubrir ese episodio con un barniz de mentiras, presentando la muerte de su mujer como el resultado de un ataque al corazón.

Otro de los integrantes del casting será Jason Bateman, antiguo ídolo juvenil gracias a la serie 'La familia Hogan' y ubicuo intérprete entre cuyos últimos trabajos se cuentan 'Ahí os quedáis' (Shawn Levy, 2014) o 'Cómo acabar sin tu jefe 2' (Sean Anders, 2014). Bateman será el encargado de meterse en la piel de Charlie Bates, un agente del FBI que descubre que Felt ha recabado información clasificada del caso Watergate, lo que le hace debatirse entre la posibilidad de proteger a su mentor o acabar con su carrera.

'Felt' comenzará su rodaje en marzo de 2016, con la difícil misión de completar lo expuesto hace treinta años por 'Todos los hombres del presidente', un filme de Alan J. Pakula que sigue siendo máximo referente del thriller político. Ganadora de cuatro Oscar -mejor actor secundario, para un Jason Robards majestuoso en el papel de Ben Bradlee, guión adaptado, dirección artística y sonido-, la película destacaba por su sobriedad. Pakula y el guionista William Goldman rehuyeron las sentencias grandilocuentes y apostaron por un austero relato de los hechos en el que primaba la contención. Poca falta hacía poner en solfa los fallos morales de Nixon. La magnitud del ataque a los fundamentos de la democracia por él perpetrado hablaba por sí mismo. El realizador, que ya había ensalzado el valor de la investigación periodística en 'El último testigo' (1974), volvía a impregnar de intriga el maridaje entre periodismo y política, confirmándose como uno de los cineastas más solventes de la época. Durante las más de dos horas de metraje, mantenía con pulso firme una trama cuyo principio y final era de sobra conocido. Y el único pero que cabía ponerle al filme era únicamente achacable al doblaje, que transformaba a 'Garganta profunda' en 'El Ronco', un apodo con mucho menos pedigrí.