¿Vale la pena vivir?
Se diría que las cosas cobran más valor cuando menos se tiene. Un ejemplo visible: el del dinero. Pudiera ocurrir lo mismo con el placer. ... Mis djins, tan sabios en su quehacer de servicios hacen que caiga en mis manos un libro 'Teoría del placer' (edit. Paidos, Buenos Aires, 1966) en el que John Watson, que fue profesor de filosofía moral y conocido queda su nombre por su prestigiosa obra 'Outline of Philosophy' comenta algunas de las muchas grandes teorías que se han escrito sobre ese pensamiento y sentimiento del 'placer' tan apegado al vivir y al ser no solo de los hombres todos sino de toda animalia.
Tratar de mencionar siquiera el placer en los tiempos y circunstancias actuales pudiera ser considerado como nefando, pero también es cierto que los polos de distinto signo se atraen. Y es acaso por eso no diré con alborozo pero sí con cierto interés, este libro en donde su autor muestra sus ideas sobre esa materia y, para ello, hace salir a ese su escenario libresco, los pareceres que sobre el caso del placer desarrollaron los sofistas en el pensamiento griego y por personajes como Aristipo el cinerense y Epicuro muy especialmente, prosiguiendo el listado con autores tan renombrados en el mundo del pensamiento filosófico como Hobbes, Locke, Hume, Bentham, John Stuart Mill y a Herbert Spencer . Como tan frecuentemente ocurre en estudios de este tipo, detalla el autor cuál ha sido su intención de que 'en las páginas que siguen se intenta dar cuenta crítica, en lenguaje corriente y familiar, de las teorías hedonistas en su sucesión histórica', añadiendo que espera «que aun aquellos que no puedan aceptar mis críticas encuentren la exposición lo suficientemente satisfactoria. Por mi parte, estoy convencido, como resultado de ésta y de otras investigaciones, que ninguna teoría hedonista puede explicar plausiblemente la moralidad sin recurrir a ideas que no son coherentes con su principio establecido. Lo que hoy se presenta aquí al público se conservó en forma de manuscrito durante varios años, y me he decidido a publicarlo ahora como complemento necesario de la parte ética de mi 'Outline philosophy', añadiendo que, 'sin embargo, cada uno de los trabajos es de por sí completo».
Ahora bien, colijo yo que en estas palabras de retrovisión que aquí dejo escritas, indican que no es lo mismo –leer de..., hablar de..., contar de..., sentir de..., contar con etc, etc– el significado de una palabra referida a esa serie de sensaciones que se agrupan en el seno de la palabra 'placer' al cabo de medio siglo. Es decir, ¿son iguales de fulminantes los contenidos de esta palabra después de esos más de cincuenta años que han transcurrido desde que palpé por vez primera los papeles de este libro a los que releo y sobre los cuales vuelvo a repensar ahora? Es decir, ¿no han tenido variación alguna los predicamentos del placer a lo largo de esos años en el sentir y en el vivir de sus gentes?
Lo que le ocurrió a John Watson, en el momento en el que le acució esta gana de escribir sobre esa palabra es a familiarizarnos con la pregunta clave, la definitiva que nos ronda siempre entre los aledaños de la experiencia y los trémolos trémulos del tan conocido desconocido que nos es el futuro, y es el preguntarnos si «¿Vale la pena vivir?», que sigue escribiendo Watson, que «el solo hecho de que una pregunta semejante se formulara tiene ya gran significación', que a nada tiende el hombre tanto como a emplear la energía reprimida, con que ha sido dotado, en construir para sí un mundo ordenado de costumbres, instituciones y leyes. Y lo que se aplica a la especie, se aplica también al individuo. Un hombre se empeña en alguna búsqueda activa: la acumulación de fortuna para sí mismo y para su familia, el ascenso al poder político o social, la obtención de fama como hombre de ciencia, artista o pensador; pero en todos estos casos presupone que vale la pena esforzarse por alcanzar lo que intenta, cuando nos topamos con una era o un individuo que en un momento de calma se sienta para pensar», y su pensamiento adquiere la forma de la pregunta «¿cuál es el fin de la vida?». Podemos estar seguros de que la energía y el entusiasmo juveniles se han agotado y los ha sucedido la madurez. Pero cuando el problema adquiere la escéptica forma de «¿tiene acaso la vida algún fin?», no podemos dudar de que la edad de la fe ha quedado atrás para siempre, que es aquí donde encalla el poder, un tanto fabuloso del escepticismo y sus innumerables iconoclastias en el profuso jardín de las costumbres del vivir que no es otra cosa que la imagen de esa barquichuela temblona tan batida que no abatida por los mares pero que, sin embargo, es que, pese a todo, no se deja tragar por sus aguas y mantiene erecta su voluntad de independencia.
Punto y aparte: 'Gracias Sr. Carrascal, generoso lector que sabe, ¡cómo no! que se ha pasado años luz. No me saque los colores, por favor. Un saludo.
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