El sueño de Mandela
La democracia sudafricana celebró su vigésimo quinto aniversario en el pasado mes de abril (elecciones del 26 al 29 de abril de 1994) y conmemorará ... el acceso al poder de su primer presidente negro, Nelson Mandela (fallecido el 5 de diciembre de 2013), en este mes de mayo ya que su investidura se produjo el 9 de mayo de 1994 y su juramento un día después. Superando el doble simbolismo de dichas fechas, la necesidad de hacer balance para comprender los avances de la nueva Sudáfrica nos obliga a considerar el contexto político, económico y social del que proviene para entender que aún padece las consecuencias y los estigmas del apartheid a pesar de las políticas económicas y sociales de los gobiernos del Congreso Nacional Africano. La democracia en el país africano nació sin un dolor excesivo gracias a los acuerdos negociados entre el anterior gobierno del apartheid (Partido Nacional) y el Congreso Nacional Africano. El cenit de la violencia política de la década de los ochenta del pasado siglo obligó a ambas fuerzas a iniciar conversaciones para terminar oficialmente con el apartheid, la liberación de los presos políticos y la legalización de todos los partidos políticos de la oposición. Entre diciembre de 1991 y principios de 1994, los antiguos enemigos negociaron lo que se convertiría en la nueva Sudáfrica, con las primeras elecciones democráticas y multirraciales a las que aludíamos con anterioridad.
Este nuevo país, a pesar de los aspectos negativos de los gobiernos de Mandela (1994-1999), Thabo Mbeki (1999-2009), Jacob Zuma (2009-2018) y Cyril Ramaphosa (2018 hasta la actualidad) -mala gestión económica y defectuosa redistribución de la riqueza, lucha ineficaz contra la pobreza y el paro crónicos, dificultades para disminuir la delincuencia, falta de iniciativa política contra la corrupción, etc.-, ha avanzado enormemente no sólo en el plano político sino en el económico y social. De ahí que sea considerada actualmente como potencia económica en el continente africano y hace poquitos años como país emergente al igual que China, Brasil, India y Rusia (BRICS). Claro que en el citado avance encontramos la especificidad de representar a dos mundos, el de los estándares occidentales de desarrollo -infraestructuras de calidad, coberturas de internet y telefonía, sistema financiero y empresarial solvente- y la ínsula subdesarrollada similar a otros países africanos -desempleo masivo que oscila entre el 25% y el 40%, falta de cualificación, sistema educativo defectuoso, etc. que fundamentalmente afecta a la población negra, violencia desmesurada, sanidad con carencias que se refleja esencialmente en los casi seis millones de personas que conviven con el VIH/SIDA-. Todas estas deficiencias del gobierno central y de los provinciales en el ámbito económico y social necesitan ser subsanadas para evitar riesgos para la joven democracia sudafricana. Es una realidad que desde 1994 se han registrado importantes mejoras socioeconómicas en el país africano -educación, salud y servicios básicos-, pero también lo es que los gobiernos del CNA, sobre todo los últimos, han situado al país en una trayectoria peligrosa e insostenible porque persisten graves déficits en el empleo y las desigualdades son inmoralmente escandalosas. En general, la estructura social desigual del país se sigue reproduciendo con las desigualdades que continúan expresando buena parte de los mismos patrones raciales y espaciales vigentes bajo el apartheid.
La política macroeconómica se adhiere a los dictados neoliberales básicos y la liberalización financiera es un rasgo permanente del panorama. La búsqueda del crecimiento económico por los gobiernos del CNA ha dado resultados decepcionantes al producirse en unas condiciones que generan precariedad crónica. Los ajustes económicos de los últimos 25 años han beneficiado principalmente a gigantes empresariales y a los sectores más vinculados al sistema global. Las mejoras conseguidas lo han sido en unas condiciones y en una economía que reproduce sistemáticamente niveles absurdos de desigualdad y pobreza. Todos los indicadores presumen que la próxima década se definirá, en mayor medida que ahora, por una gran fractura entre una minoría blanca y negra rica y acomodada y una mayoría negra severamente castigada por la pobreza.
Mientras Sudáfrica celebra 25 años de libertad y de democracia en 2019, prosigue la lucha por una vida mejor. La generación nacida libre, junto con la sociedad civil y las instituciones democráticas, son esenciales para la protección y la profundización de la democracia en el futuro. El desafío para sus gobernantes, al igual que para los de cualquier otra democracia, consiste en servir a los ciudadanos y no a ellos mismos. El sueño de Mandela va abriéndose paso aunque todavía le quede mucho camino por recorrer para cumplirse. En la sociedad libre y democrática que soñó en 1964 no todos los ciudadanos tienen igualdad de oportunidades. Claro que en qué grado se cumple esto en las democracias avanzadas en los involucionistas tiempos presentes. El sueño todavía pendiente de Mandela en Sudáfrica lo es para cualquiera que contemple el mundo desarrollado de nuestra época y las lacras y carencias cada vez más presentes en países que fueron ejemplo para el líder africano.
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