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En el silencio blanco

Martes, 24 de marzo 2020, 07:17

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Después de la broma pesada de sernos arrojados al escenario terrícola sin siquiera nuestra aquiescencia; que es verdad, como decía el gran Lope que, «si ... culpa el concebir, nacer tormento, / guerra el vivir, la muerte fin humano; / si después de hombre, tierra y vil gusano, / y después de gusano, polvo y viento; / Si viento nada, y nada el fundamento,/ flor la hermosura, la ambición tirano,/ la fama y gloria pensamiento vano,/ y vano cuanto piensa el pensamiento:/ ¿Quién anda en este mar para anegarse? / ¿De qué sirve en quimeras sumergirse/ ni pensar otra cosa que en salvarse? / ¿ De qué sirve estimarse y preferirse,/ buscar memoria habiendo de olvidarse,/ y edificar habiendo de partirse ?»; es decir, después de esta arenga versificada, en lo mínimo en lo que uno piensa es en prolongar esa estancia al menos durante un siglo, que es una edad ésa que, un consultor diario de esquelas mortuorias sabe que es cosa ya superada con creces por muchos de nuestros inmediatos antecesores, pero que, visto lo que estamos viendo, con las prietas vanguardias tan virulentas de ejércitos virales, que envidiarían hasta las huestes de Gengis Khan y Atila se teme que no se nos dé esa oportunidad, por lo que, césese de inmediato el asedio a los coloquios y coqueterías en torno a la Dama Negra como en tiempos más propicios practicábamos con tanta desfachatez y tan placenteramente que es hora a la que corresponde abroquelarse tras el arnés, encasquetarse alguna capucha que guarezca la parte más noble de nuestro cuerpo como es la cabeza, dejarse al rinoceronte que en todo caso al final somos para que piafe y solace a su gusto y cubiertos que se sean estos primarios lugares anatómicos con los debidos paramentos, he aquí que hemos llegado ya a lo esencial: que, para poder desenvolverme con la debida franquicia en este trance, y dado que el obligado confinamiento hogareño me impulsa más aún a reptar entre viejas lecturas, acudo al sólido favor de un tal Michel Eyquem, Señor del Castillo de Montaigne (1533-1592), buen conocedor de lo que viene a ser eso de la reclusión o clausura que durante estos días tanto se habla.

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