El intervencionismo unilateral de Trump
La diplomacia es una vía muerta cuando puede negociar con el ordeno y mando
Roberto R. Aramayo
Profesor de Investigación en el Instituto de Filosofía del CSIC e historiador de las ideas morales y políticas
Lunes, 23 de junio 2025, 02:00
Cuando Israel decidió atacar a Irán, Donald Trump abandonó precipitadamente la reunión del G7 para tomar cartas el asunto de un modo unilateral. Podría haber ... aprovechado ese foro internacional para intercambiar impresiones al respecto, pero eso no casa con su forma de ser. Se ve a sí mismo como el jefe supremo de cualquier instancia doméstica o foránea, por tener el mejor ejercito del mundo y contar con el armamento más vanguardista de los que se conocen. Aunque su servicio secreto le asegure que Irán carece de capacidad para fabricar en breve bombas atómicas, como se teme desde hace dos décadas, Trump se deja camelar por las lisonjas de Netanyahu, quien le convence de poder hacer historia respaldando su guerra defensiva contra el régimen iraní.
Tocado con su inconfundible gorra roja, el mandatario estadounidense preside la sala de mandos alborozado por tener en sus manos un poderío militar sin parangón. Estos días atrás decía desconocer lo que haría, pero cabía pronosticar que su megalomaníaco narcisismo se impondría sobre cualquier otra consideración. A su modo de ver la diplomacia es una vía muerta, cuando puedes negociar con el ordeno y mando de poner las armas en la mesa. En estos meses ha demostrado que su palabra no vale absolutamente nada y que no cabe confiar en sus promesas.
Durante la campaña electoral prometió acabar con los absurdos conflictos bélicos en curso, aunque muy al contrario se han recrudecido bajo lo que lleva de mandato. También aseguró que rehuiría cualquier intervencionismo para ocuparse ante todo de América y acaba de dar un salto moral en esta materia, contra el parecer de su propio entorno.
Sofisticados aviones norteamericanos han descargado las bombas más potentes de que se tiene noticia sobre suelo iraní, respaldando abiertamente la presunta guerra defensiva emprendida por Netanyahu. Este ha conseguido que ya ni siquiera se hable de Gaza, cuya población debe abandonar ese territorio para que sea colonizado por su poderoso vecino. El argumento para justificar este ataque a Irán, recuerda mucho al utilizado en su día para invadir Irak, cuando se inventaron unas inexistentes «armas de destrucción masiva» para engañar a la ONU. La novedad es que ahora ni siquiera se hace ningún paripé y tampoco se consulta con socio alguno para tomar una decisión de semejante calado.
Esta política de hechos consumados podrá contar con algunas adhesiones a toro pasado y se medirán mucho las críticas para no soliviantar los ánimos. Después de todo, se contribuye al derrocamiento de un régimen teocrático que no respeta los derechos humanos. Todo parecen ventajas para los protagonistas del desaguisado.
El problema es que acabar con una cúpula militar y un grupo de científicos es una cuestión técnica, que cualquiera podría utilizar a la inversa llegado el momento, al tratarse de aplicar sencillamente la ley del más fuerte, conculcando las convenciones propias del derecho internacional. Las armas nucleares han dejado de ser disuasorias y su hipotética búsqueda se troca en un pretexto para utilizar armamento convencional contra quien puede amenazar mi seguridad. En esta peligrosa dialéctica los papeles pueden ir intercambiándose. La venganza puede convertir a las antiguas víctimas en los nuevos verdugos, perpetuando una espiral de violencia que no tendría fin, salvo con el radical aniquilamiento del enemigo.
Es alarmante ver cómo algunas políticas de Hitler parecen triunfar póstumamente. Sería el caso por ejemplo del concepto de guerra relámpago, basado en una supremacía militar aplastante, que ahorra bajas propias y desprecia los efectos colaterales en las filas del enemigo. Quebrar los pactos o engañar, asegurando que todavía hay tiempo para negociar, es otra marca de la casa, que no necesita exhibir cruces gamadas para revelar un notable aire de familia. Confundir las negociaciones con una imposición por la fuerza sería otro rasgo significativo.
Viendo cómo se comporta Trump con sus presuntos aliados, inquieta pensar que repentinamente pase a considerarte su enemigo. Sin ir más lejos, todos los países europeos deben gastar en defensa lo que le parezca oportuno, conculcando su soberanía, como si ejerciera un protectorado militar sobre la vieja Europa. Sus caprichos deben ser acatados porque cuenta con el ejército mejor pertrechado del mundo y sanseacabó. Este autoritarismo denota una deriva que no augura nada bueno y hacer gala de una implacable supremacía militar abre un escenario muy alarmante. Su intervencionismo unilateral es una pésima noticia para el mundo.
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