Los pequeños gestos son poderosos
Pese a la lenta fatiga, esta crisis ha demostrado destellos de profunda humanidad
IÑIGO CALVO Y FELIX ARRIETA
Domingo, 5 de abril 2020, 08:34
Ha sido una semana realmente dura. Nos avisaron de que lo peor estaba por venir. Pero no por esperado ha sido menor la desazón. A veces ha consistido en observar cómo los números crecían sin parar. Otras, en ver llorar a una sanitaria confesando que no podía más. O conocer que en las residencias se lucha por mantener la humanidad. Quizás ha sido que te avisen de un ingreso hospitalario o, en el peor de los casos, que ese familiar o amigo no ha podido vencer al maldito virus. Tras tres semanas de confinamiento, la alargada sombra del cansancio social sobrevuela conversaciones y pantallas. La distancia social hace mella. Es normal, el ser humano está diseñado para vivir en sociedad. Abrazarse, discutir, reír, bailar, saludarse. Todo ello siempre en compañía de otras personas.
A pesar de esta lenta fatiga que empieza a dejar huella, esta crisis también ha demostrado destellos de profunda humanidad. Gestos que han actuado como fogonazos frente a pensamientos sombríos. Y cuyos protagonistas no se consideran héroes, sino tan solo personas esforzándose en hacer lo correcto. El pasado 19 de marzo, día de San José, el txistulari Jose Ignazio 'Piter' Ansorena decidió tocar el txistu. Primero desde su balcón y después en la Plaza de la Constitución de Donostia. Seguramente vaciló un momento antes de abrir la puerta de casa, al pensar que no era buena idea salir. Pese a ello, se plantó en mitad de una plaza vacía para regalar música a cientos de familias. La música es parte fundamental de la vida comunitaria. De esa vida han surgido, en distintos barrios, pueblos y ciudades, extensas redes de colaboración vecinal para apoyar a las personas más mayores y más vulnerables. Como Gregori y Ohiane, del Gandarias, que desde el primer día comenzaron a preparar raciones de comida gratuita para llevar a los domicilios. La comunidad suele generar esta fuerza cuando más se necesita.
Tal vez aquella mañana de marzo al periodista Emilio Alfaro, ingresado y aislado entonces en una habitación del Hospital de Txagorritxu, le llegaran las lejanas notas del txistulari. Y decidiera que, a pesar de la alta fiebre y el profundo malestar, iba a coger su portátil para relatar lo que estaba viendo en primera fila. Los siguientes días se publicaron dos artículos suyos en diversos periódicos. Contó que todos los días entraba a su habitación una sanitaria que, pese a acumular un tremendo cansancio, siempre le sonreía a través de su equipo de protección. Y también nos dijo que si esta crisis arroja algo positivo será «defender a mordiscos un sistema sanitario, público, gratuito y universal de calidad».
Los protagonistas de estos días no se creen héroes, solo personas esforzándose en hacer lo correcto
Puede que las palabras de Emilio, hoy dado de alta, resonaran en la cabeza de Adam Podhorski, ingeniero biomédico de origen polaco afincado en Gipuzkoa. Adam es el precursor de un equipo de 'makers' vascos que ha inventado un respirador para evitar colapsos en las UCI. En el Espacio Open de Zorrotzaurre en Bilbao otro equipo de 'makers' sigue produciendo sin descanso viseras protectoras para el personal sanitario. Llevan más de 3.000. Probablemente estos equipos también se inspiran en la web frenalacurva.com, espacio de innovación social y resiliencia cívica para combatir al virus. Esta iniciativa de código abierto surge gracias al trabajo desinteresado de multitud de personas en España, que la están desarrollado robando horas al sueño y a sus familias. Frenalacurva.com ha sido replicada en Colombia, México, Perú, Brasil o Ecuador, reforzando la necesaria red internacional ante una situación que no entiende de fronteras.
Los respiradores, el material de protección y otras soluciones aportadas por estas mallas de solidaridad tienen como objetivo apoyar a los centros médicos, donde miles de personas están cumpliendo el juramento hipocrático, que compromete a quien lo hace a evitar todo mal y toda injusticia. Por ello los sanitarios que trabajan sin descanso no solo están salvando vidas, sino también demostrando una ética humanista necesaria en tiempos de zozobra. Igual que lo están haciendo personas que trabajan en los servicios sociales. Una labor crítica que es más necesaria que nunca. Su afán por ayudar a personas sin hogar y en extrema necesidad brilla con luz propia, aunque a veces no sepamos reconocerlo.
De la misma forma que iluminan las aceras las miles de personas que salen a trabajar cada mañana. Todas ellas realizan un trabajo comunitario muy valioso, pese a que muchas veces tampoco sepamos verlo. A su manera, estos héroes cotidianos también han hecho un juramento hipocrático. Las cajeras de supermercado, los transportistas, las trabajadoras de la limpieza, la policía, los baserritarras, los conductores de autobús, el panadero de la esquina y muchas otras personas que absorben gran parte del cansancio social que se propaga. Estas trabajadoras y trabajadores realizan a diario pequeños gestos poderosos. Como limpiar un portal o abrir una frutería. Los aplausos que retumban a diario también son para ellas.
Hace unos días José Mari Guibert, rector de la Universidad de Deusto, dirigió una reflexión a la comunidad universitaria que bien podría extenderse a la sociedad. En ella decía que en esta travesía podemos elegir ser personas que se cuidan entre sí, y se ayudan a afrontar la realidad. Y el motivo de ello es, sencillamente, que somos personas. Quien sabe, tal vez al escribir estas palabras José Mari también escuchaba sin saberlo las notas de txistu y tamboril que 'Piter' Ansorena había tocado el día de San José. Un pequeño gesto que todavía resuena.