'Turistas asesinos' de Sarajevo: la situación vence a la moral
Pablo Atela y Fernando Díez
Profesores de la Universidad de Deusto
Miércoles, 3 de diciembre 2025, 01:00
La reapertura de la investigación sobre los llamados 'safaris humanos' durante el asedio de Sarajevo ha destapado uno de los episodios más perturbadores de la ... guerra de Bosnia. Entre 1992 y 1995, hombres adinerados, procedentes de Estados Unidos, Rusia, España o Italia, habrían pagado miles de euros para participar en auténticas cacerías de civiles. Los describían como 'francotiradores de fin de semana'. Disparaban desde las colinas o desde pisos tomados por los serbobosnios. Pagaban cuotas distintas según la víctima. Y lo hacían, según testigos, por 'diversión', 'adrenalina' o 'deporte'.
La tentación inmediata es etiquetarlos como monstruos. Psicópatas. Sádicos. Individuos radicalmente diferentes del resto de nosotros. Sin embargo, la psicología social lleva décadas advirtiendo de que esa explicación es demasiado cómoda. A veces, los verdugos no son monstruos excepcionales, sino personas ordinarias atrapadas en situaciones extraordinariamente corruptoras.
Philip Zimbardo, con su célebre Experimento de la cárcel de Stanford, lo demostró de forma brutal. Universitarios sanos y sin antecedentes violentos se transformaron en seis días en carceleros autoritarios, crueles, incluso sádicos, simplemente porque un rol, unas normas y un entorno se lo permitieron. La conclusión sigue siendo un mazazo: en determinadas circunstancias, el contexto moldea la conducta más que la personalidad.
Los cazadores que llegaban a Sarajevo entraban precisamente en un entorno ya configurado. La violencia contra civiles estaba normalizada. Existían guías locales que organizaban estos 'safaris', marcaban rutas, facilitaban armas y garantizaban impunidad. El extranjero que pagaba no actuaba como individuo aislado, sino como participante de una estructura. Un 'juego' con reglas propias. Y dentro de ese marco, igual que en Stanford, el rol hace su trabajo: otorga licencia moral para deshumanizar al otro.
Hannah Arendt ya vio algo parecido cuando analizó el juicio de Adolf Eichmann. No encontró en él un demonio, sino un funcionario mediocre, incapaz de pensar éticamente más allá de lo que el sistema exigía. Lo llamó «la banalidad del mal»: la posibilidad de que un hombre corriente participe en atrocidades, no por perversidad, sino por obediencia, rutina o ceguera moral.
El psicólogo Stanley Milgram reforzó esa idea en los años 60. Sus participantes administraban descargas eléctricas supuestamente dolorosas –y crecientes hasta niveles mortales– a un desconocido, simplemente porque una figura de autoridad se lo pedía. El 65% de personas corrientes llegó hasta el máximo voltaje. No eran sádicos. Eran obedientes. Y, sobre todo, trasladaban la responsabilidad de sus actos a quien daba la orden.
¿Qué tiene que ver esto con Sarajevo? Mucho más de lo que parece. Los 'turistas asesinos' actuaban en un sistema que los liberaba de pensar. La autoridad –milicias, guías o mandos– legitimaba el juego. El pago convertía la matanza en una transacción. Y la guerra hacía el resto: borraba la frontera moral entre el bien y el mal. En ese entorno, disparar no era un crimen, sino una actividad. Una experiencia. Una historia que contar a la vuelta.
Por supuesto, nada de esto justifica sus actos. Pero sí obliga a mirar más allá del insulto fácil. Porque el verdadero peligro no es que existan personas capaces de pagar por matar; siempre las ha habido. El peligro real es descubrir que, en determinadas circunstancias, la línea que separa a un ciudadano normal de un verdugo puede ser mucho más fina de lo que nos gusta creer.
La comodidad de pensar 'yo nunca haría algo así' nos protege... pero también nos engaña. La psicología demuestra que la mayoría de nosotros somos más influenciables, más maleables y más vulnerables a la presión del contexto de lo que estamos dispuestos a admitir.
Por eso, quizá la pregunta más incómoda es también la más necesaria: en una situación extrema, ¿estamos tan seguros de que actuaríamos del lado correcto? Conviene pensarlo dos veces antes de responder.
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