El oficio de vivir
El oficio de vivir ·
Cuanto más poderosos nos consideramos, más vulnerables nos sentimos ante los reveses de la existenciaEste año los cerezos han empezado a florecer prematuramente y ya van asomando las terminaciones de sus ramas preparadas para colorear nuestros jardines con pinceladas ... impresionistas. Su vitalidad y su belleza ponen una nota de optimismo en medio del silencio y la murria que dominan estos días en los paisajes urbanos.
En determinadas culturas de Oriente, la flor del cerezo simboliza la fugacidad de toda forma de vida y en especial de cuanto es hermoso. El culto a la belleza inaprensible, a la esencial inestabilidad de todas las cosas, está en la raíz de su espiritualidad. En ella, el alma −o como queramos llamar al impulso que nos saca y trasciende− no busca refugio en una consoladora divinidad sino que se detiene a orillas del flujo incesante del tiempo para acompasarse con los latidos de la naturaleza. Una religión de poetas frente a una religión de profetas como es la nuestra.
La vida nos sacude periódicamente para despertarnos del sueño prometeico que nos hace creer capaces de vencer a todas las enfermedades y de acabar con todos los males por medio de nuestra inteligencia. Cuanto más poderosos nos consideramos gracias a la técnica, más vulnerables nos sentimos ante los reveses de la existencia −dice el ya casi centenario Edgar Morin. Cuesta admitir que estamos hechos de sustancia quebradiza, deleznable, que apenas somos más que piezas de cristal que a ratos se sienten de acero: basta una burbuja de aire en la sangre, basta una gota de agua en el cerebro, basta una partícula microscópica en el organismo para que todo se venga abajo.
Tomar conciencia de ello sin congoja equivale a acercarnos a lo que los nipones llaman 'mono no aware', expresión que se puede traducir como 'el sentimiento profundo de las cosas'. Las flaquezas e imperfecciones, tanto las propias como las ajenas, se redimen en la nuda afirmación de la realidad: cada día hay que vivirlo igual que ahora admiramos los cerezos, sabedores de que la primavera romperá aguas llevándose esas acuarelas rosadas. Abriendo la sensibilidad hacia lo más tenue e íntimo alcanzamos a entender nuestro destino: que, como los cerezos, somos frágiles y efímeros; seres hermosos también.
Al contemplar la naturaleza anunciando ya la primavera, nos conmueve el espectáculo de lo perecedero, los cautivadores cerezos que en pocos días perderán sus flores barridas por el viento, su cromatismo borrado por la lluvia, desnudándose serenamente. La misma serenidad con que ahora brotan.
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