Océanos
La depresión es como un pozo profundo. Es como una piedra pesada que ha de llevarse a cuestas todas las jornadas, sin descanso
Pasó la jornada de regatas, arraigada competición, espectáculo sobre las olas de la bahía, objeto del deseo. Tiene razón quien afirma que, en el agua, ... todo es más hermoso. ¿Acaso no venimos del líquido primigenio? También los funerales, aunque sean en la forma moderna, montón de cenizas frías arrojadas con cariño y respeto, para que el viento las lleve adonde sus fuerzas llegan y luego la corriente las disemine, mezcladas con arena, en las diferentes calas, playas y fondeaderos, depósitos temporales, a merced de potencias ajenas. Tenemos el mar bajo la lengua, y las palabras afloran a impulsos del ánimo y con la determinación del carácter que hemos forjado. Nuestros cuerpos son como los barcos que flotan sobre el océano, y a veces la fiereza del temporal o el fluir de las mareas los empujan sin que se pueda controlar el timón, y se mueven sin desearlo, y, otras, cuando nada aparentemente los perturba, se quedan quietos, sin determinación, sin ninguna voluntad para emprender el rumbo.
Así se sienten los enfermos que sufren la depresión, que no saben quién está al mando de su cuerpo y de su mente. Quieren y no pueden tomar las decisiones, por nimias que sean, aquellas que deciden la autonomía de las personas. La noche se les hace día, y el día noche. Despertar cuesta, porque hasta los momentos, incluso horas, que se pasan en vela, son como pesadillas que van sucediendo, sin que se cierren los ojos; y no se desvanecen. Una persona es un ser que al vivir ya es consciente de su vida; una persona con dignidad, además de vivir, lo hace con la lucidez y el decoro que le corresponde por el hecho de ser humano. Muchas veces, se la ha asociado con la tristeza y la melancolía, pero, en comparación, ambas pasiones son como una fiesta en un tablao flamenco, una verbena con fuegos artificiales, una romería con acordeones.
La depresión es como un pozo profundo, en cuyo fondo no se encuentra el tesoro mítico, guardado durante siglos, sino el propio ser, abismado y desvanecido. Es un océano que propicia el hundirse; un castillo que se va minando y destruyendo desde el interior, por la acción de los propios habitantes; una explanada inmensa, que se abre y se cuartea, enseñando lo que se esconde en la profundidad. Es como una piedra pesada que ha de llevarse a cuestas todas las jornadas, sin descanso.
Tenemos el mar dentro de los ojos, y, por ello, cada cual busca su orilla donde remansarse y descansar, o su horizonte, adonde dirigirse.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.