El muro de los comuneros
La historia social es la de las realizaciones humanas y la de los códigos semióticos que las hicieron posibles. Las buenas ideas y decisiones, iniciadas ... siempre por una minoría, son tildadas de utópicas por los descreídos, los recelosos y los opositores a las mismas. Con independencia del momento histórico, los defensores de un mundo más justo y equitativo son primero ridiculizados, después atacados y más tarde, si la idea o la acción ha tenido éxito, tenidos en cuenta, pero siempre con peros. El éxito lleva a sus ideas a una revisión permanente y el fracaso, a las catacumbas de la historia. Historia llena de fisuras, grietas, descalabros, éxitos y coyunturas de fractura en que todo estalla, generando la oportunidad de construir algo diferente. Una de estos pliegues históricos fue un fugaz y aislado lance de 72 días, imbuido de un halo romántico, la denominada Comuna de París, de cuyo inicio acaban de cumplirse 150 años.
El paradigma de la ciudad insurgente, estudiado y debatido durante siglo y medio; la asociación y federación de artesanos y comunistas, de obreros y anarquistas para controlar París; el sueño de una federación de comunas; la fusión de unas ideas y de un proceso histórico de emancipación, iniciado con la Revolución de 1789, terminó siendo un fracaso bañado en sangre con miles de víctimas. La derrota de Napoleón III en la Guerra franco-prusiana de 1870 provocó el advenimiento de la III República francesa bajo tutela de los vencedores. La Comuna también fue una rebelión contra esto.
Se ha escrito mucho sobre los acontecimientos bélicos y las disputas legislativas de los comuneros, aunque la Comuna fuera también símbolo de reorganización internacionalista, de futuro del trabajo y de la educación, del arte y los artistas, del modelo teórico y de su relación con la teoría y la práctica ecológica; de la confluencia de las grandes ideas del pensamiento político contemporáneo (anarquismo, capitalismo industrial, imperialismo, nacionalismo y socialismo) y del rol de la mujer en la sociedad. La idea de democracia directa se aplica en París en la primera revolución proletaria hasta que el pacto entre el Gobierno y los prusianos destruyó, a sangre y fuego, la utopía comunera en la Semana Sangrienta (21 al 28 de mayo de 1871).
La Comuna fue mucho más que lo acaecido en los citados 72 días. Existe una Comuna histórica, la del pasado, y otra ideológica, con plena actualidad presente y futura, ofreciendo una alternativa al camino seguido por la globalización neoliberal y al del materialista socialismo de Estado. Y esto es así, porque, al margen de los hechos históricos, encontramos reivindicaciones intensas y perennes de democracia que aún hoy día se cuestionan y están pendientes de resolución.
El pensamiento comunero no murió con la Comuna. Se propagó en el exilio de los supervivientes en Inglaterra, Suiza y otros países y se convirtió en motivo de análisis y reflexión de personajes como William Morris, Kropotkin o el propio Marx, cuestionando las ideas de protagonistas de la misma (artistas y pensadores) como Elisée Reclus y Paul Lafargue, que abogaban por una sociedad viable ecológicamente, o Eugene Pottier y Gustave Courbet, que vieron la Comuna como un ideal de belleza pública, de derecho a vivir y trabajar en circunstancias agradables y de democratización del arte y la belleza.
Todos ellos despreciaban la nación, soñaban con un París autónomo, libre e independiente, en una federación internacional de comunas. La democracia directa de la Comuna implicaba, entre otras, que el ámbito social tenía que prevalecer sobre el político, siendo éste asumido, progresivamente, por la sociedad civil, tal y como planteó en sus escritos Henri de Saint-Simon. Establecer una auténtica democracia, eliminar el dominio de clase, priorizar las reformas sociales y el protagonismo de la educación (Louise Michel) en la ruta hacia una república fundada en la unión de asociaciones libres que se convertirían en impulsoras de la emancipación de todos sus componentes.
La existencia de la Comuna enajenó a la burguesía europea, incluso después del aplastamiento de la misma, a finales de mayo, por los casi 200.000 hombres del ejército francés de Thiers y una represión que produjo más víctimas que toda la Guerra franco-prusiana que, en cierta medida, la originó. El 'Muro de los comuneros', del Cementerio parisino de Père-Lachaise, se convirtió en el símbolo final de lo que pudo haber sido y no fue.
A partir de entonces, la Comuna encarnó la idea abstracta y el cambio concreto al mismo tiempo, y se transfiguró en analogía del concepto mismo de revolución. Con ella se puso fin a las corrientes revolucionarias burguesas y a sus exitosas revoluciones y nació el proletariado como sujeto revolucionario. Así lo recoge la canción compuesta por Eugène Pottier que se convertiría en himno del movimiento obrero internacional.
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