Del luto al alivio
Chapoteamos en la gran carnicería del mundo pero evitamos el contacto con la muerte y limitamos nuestros duelos
Hace ahora sesenta años, el mundo contempló a una mujer vestida de riguroso luto, velo negro hasta la cintura, que tres días después del horrendo ... asesinato de su marido participaba en su funeral con actitud imperturbable. Mientras millones de ciudadanos que nunca conocieron a John F. Kennedy lloraban por quien sentían cercano y querido, su viuda ofreció un inusual ejemplo de aflicción contenida, interiorizada, serenamente llevada. Algunos lo interpretaron como admirable demostración de entereza; pero muchos otros no compartían tal opinión. «El duelo retrocedió cien años», escribió entonces un periodista insinuando que una reacción tan estoica era más propia de las rígidas clases altas decimonónicas. Sin embargo, en aquel dramático momento Jacqueline Kennedy se comportó como una mujer moderna. Veamos por qué.
Frente a la muerte, las sociedades humanas responden con rituales y tradiciones que canalizan el dolor colectivo y participan del privado de los allegados: ceremonias, homenajes, muestras de pésame, esquelas y recordatorios, etc. Aun sin llegar a desaparecer del todo, estos ritos de separación se han ido abreviando. Sumariamente damos la última despedida, a ser posible con la menor perturbación para nuestras agendas, y a la afligida familia se le anima a pasar cuanto antes del luto al alivio. Detalle: cuando se guarda 'un minuto de silencio', como en los eventos deportivos, ya nunca dura un minuto ni se impone el silencio.
El declive de los rituales de paso obedece a causas complejas. El antropólogo inglés Geoffrey Gorer situaba el punto de inflexión en la I Guerra Mundial. A su juicio, el aluvión de víctimas durante el conflicto, más los que se produjeron por la epidemia de gripe de la posguerra (unos 60 millones en total), acarreó una simplificación del duelo y su repliegue a la intimidad. Esto se consolidaría a lo largo del siglo con la secularización y el individualismo que han debilitado los lazos comunitarios.
Gorer pensaba que la muerte es el gran tabú de nuestro tiempo. Afirmación que parece desmentir la inmensidad morbosa de imágenes y narraciones de muerte y de violencia que nos inundan. Pero, precisamente, puede que esta macabra obsesión desnude nuestra incapacidad para dar sentido a la muerte dentro de un esquema de vida sin marcos simbólicos mediadores. Chapoteamos en la gran carnicería del mundo convertida en mercancía, pero evitamos el contacto con 'La Cierta' y limitamos nuestros duelos; como la elegante Jacky hace ahora sesenta años.
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