Gruta de esperanza
Koldo Aldai Agirretxe
Lunes, 19 de mayo 2025, 00:00
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Koldo Aldai Agirretxe
Lunes, 19 de mayo 2025, 00:00
Son remansos de paz y espiritualidad que cada vez hay que buscar más lejos. Una estimulante primavera provenzal, un muy antiguo establecimiento religioso a los ... pies de una montaña sagrada, un inmenso verde de bosque y blanco de piedra gastada, una belleza original y pura, al igual que cuando ella hace dos mil años la habitaba. El tiempo no debiera pasar en balde ni siquiera allí, fuera del mundo. ¿El abundante granito circundante habrá acabado penetrando las estancias conventuales, las moradas de las almas residentes? ¿La gran pared cristalizada del macizo habrá frenado el imprescindible aire fresco y renovado?
He permanecido cuatro días junto a los dominicos en la hospedería de Sainte Baume, al pie de la gruta de María Magdalena, en el sur de Francia. He estado los mismos días pegado al móvil, explorando todo lo registrado con respecto al nuevo Papa. He respirado con gran alivio entre los robles de la santa, al saber de quien venía a presidir la Iglesia tras la fumata blanca. Tuve la suerte de comunicar con alegría el nombramiento de León XIV a la comunidad que regenta el lugar.
En los paseos solitarios bajo la gruta de la 'bien amada' dos palabras, dos valores han vibrado con insistencia en el interior: esperanza y paciencia. La cristiandad avanza, más lento de lo que muchos quisiéramos, pero progresa renqueante y hemos de ser pacientes. Huelga pedir a la Iglesia lo que al día de hoy no puede ofrecer. He observado atento las fotos del nuevo pontífice 'peruano'. Por supuesto he sonreído cuando las de a caballo, me he alegrado cuando las de las botas de goma hasta la rodilla, me he congratulado cuando comparte humilde rancho con los últimos... He visto todas las galería de imágenes y suspirado esperanzado.
Algo en nuestro interior apela a la paciencia cuando contemplamos ahora a Robert Francis Prevost rodeado de tanta pompa y boato, al verle delante de tantas almas anhelantes de besarle la mano. Nadie negará cierta solemnidad que ha de rodear al sucesor de Pedro, pero esa devoción a otro hermano, por mayor que represente, semejara excesiva. Los detalles de sencillez y de falta de ostentación de Francisco ahora han brillado por su ausencia. La vuelta al Palacio papal, los desplazamientos en el potente SUV, el retomar alarde de vestiduras, son detalles menores, pero noticias que no terminamos de leer con agrado. De cualquier forma, el duro y gastado granito no ha retomado el Vaticano.
Paciencia también es la palabra que asalta al leer los carteles de los dominicos en la sagrada gruta prohibiendo todo acto y ceremonia que no se ajuste a la estricta ortodoxia católica. Percibo miedo a la pérdida de monopolio y una Iglesia no puede progresar y expandirse con tanta carga de temores. La figura de María Magdalena es reivindicada por la nueva espiritualidad femenina y la ancha comunión cristiana no debiera recelar por ello, más bien congratularse. Siento como si tratarán de frenar de alguna manera lo incontenible que ya nos alcanza. Paciencia igualmente cuando observo una lectura poco comprometida con el 'Laudato si' de Francisco, cuando he de abrir con dolor la colección de tarrinas de plástico para untar con un poco de mermelada el pan blanco del desayuno.
Paciencia cuando, por más que busco, no logro hallar la plena alegría divina, el gozo de la vida comunitaria al bajar a los oficios religiosos. Las paredes de la capilla gozan de murales llenos de luz y de color, pero miro a los frailes y trato de encontrar con dificultad en los rostros igualmente esa chispa contagiosa, ese color vivificante de una vida orante.
No desatamos baterías reivindicativas, tan solo compartimos reflexión tras los pasos por el bosque, 'cosecha' después de tanto deambuleo meditativo por el singular paraje. Sólo hemos venido a recoger las flores y plantas que eventualmente se le cayeron del cesto a la santa que allí moraba, a intentar dar con la receta de sus populares ungüentos, a escrutar la orientación de su larga mirada desde la altura.
Volveremos hasta estos bosques cargados de antiguos perfumes, impregnados aún del espíritu de la Santa de Magdala, de quién como nadie supo aunar en sí ternura y firmeza. Lo haremos silentes, humildes, por supuesto rendidos a todas las pautas establecidas, incluso dispuestos a reabrir una tras otra las poco ecológicas tarrinas de plástico. En nuestro interior pujará empero por latir el espíritu en permanente evolución del Eterno, de la 'bien amada' ahora resucitada, por supuesto de la esperanza, pese a todo, siempre renovada.
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