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El ser humano es producto de una fascinante carambola por la que sucesivas extinciones de especies durante millones de años fueron despejando el camino para ... nuestra aparición y despliegue exitoso sobre la Tierra. A ese golpe de fortuna filogenética se suma el albur ontogenético de que cada persona sea resultado de una carrera en la que participan del orden de trescientos millones de espermatozoides pero en la que solo uno consigue llegar a meta y fecundar. Si otro hubiera sido el ganador, usted o yo no estaríamos aquí. Con razón se habla de 'lotería genética'.
El azar está considerado por las ciencias modernas como un hecho objetivo que forma parte de la textura de los acontecimientos. Es el 'azar creador' una de las grandes conquistas del conocimiento. Esto desdice la vieja concepción que lo veía como 'un pseudónimo de Dios' o como la manifestación de leyes naturales que ignoramos. Y sin embargo, sigue apareciéndosenos hoy como algo mítico, metafísico, enigmático, bendito o maldito según nos vengan dadas, en conexión con oscuras fuerzas cósmicas.
El movimiento surrealista, que este mes cumple un siglo, hizo de lo aleatorio campo privilegiado de experimentación. Técnicas creativas como el sueño magnético o la escritura automática funcionaban como dispositivos de rastreo de lo insólito, la sorpresa, lo imprevisto, inaudito, mágico..., que hacían emerger un continente impensable oculto bajo la costra de la vida anodina. Estética inspirada en Lautrémont: «Bello como el encuentro fortuito sobre una mesa de disección de una máquina de coser y un paraguas».
Se cuenta que Marcel Duchamp (artista que con su famoso urinario inventó el arte conceptual) dejaba al azar el gobierno de sus días: a cara o cruz se jugaba decisiones como cortejar a una muchacha o a otra, leer un libro o no, salir o quedarse en casa, comer o hacer ayuno... La revista surrealista 'Manomètre' anunciaba en portada: «No tenemos comité de lectura. La elección de los manuscritos publicados se ha echado a suertes». Dios no juega a los dados, dijo Einstein, pero ¿y si le gusta jugar al flíper o petaco?, se preguntó Fernando Arrabal. El comediógrafo español puso a prueba su existencia ante una de esas máquinas de bar con bolas y luces. La irreverente partida terminó cuando, a punto de ganar, y con ello de confirmar la prueba ontológica, un borracho cayó sobre el aparato provocando el 'tilt' que lo dejó bloqueado.
Por algo Max Ernst, otro genio surrealista, sostenía que el azar es un maestro del humor.
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