Sentido no tan común
Sabiduría política rajoyana: «Las cosas son como son y hay que hacer lo que hay que hacer. Y no le demos más vueltas»
Tras su reconversión en el Chiquito de la Calzada de la política española, Mariano Rajoy se pasea estos días por platós, emisoras de radio y ... redacciones exhibiendo su repertorio de banalidades, retruécanos, tautologías y chistecillos de café, copa, puro y partida de dominó. Viene a vendernos un libro, 'El arte de gobernar', título grandilocuente rematado con una gerundiada promocional: «Los secretos y fundamentos humanos de la sabiduría política». ¡Toma esa! Tampoco le falta guasa a su astuto editor, el exministro Manuel Pimentel.
La almendra de la sabiduría política rajoyana se resume en tres principios de parvulario: normalidad, sensatez y sentido común. Sobre todo, mucho sentido común, «la cualidad más importante de un político» que actualmente solo poseen, cómo no, su partido y, en grado máximo, su líder Feijóo. Y «esto no es que lo diga yo, oiga, es que lo piensa todo el mundo», certifica el Cicerón galaico en un alarde de intuición demoscópica.
Hace años que Rajoy vive instalado en la pampirolada esa de que un Estado se dirige como se administra un domicilio familiar, poniendo dos dedos de frente y dejando de lado conceptualidades ideológicas y alambicamientos tecnocráticos tan al gusto de politólogos, académicos o analistas. Porque, en lo esencial, «las cosas son como son y hay que hacer lo que hay que hacer. Y no le demos más vueltas». Reflexión de una altura solo comparable a la que en su día profirió Mao Zedong, 'el Gran Timonel': «Cuando la mierda ha salido, el vientre vuelve a sentirse bien».
Visto así, el sentido común aparece como una característica innata, permanente, neutral, arraigada en la experiencia ordinaria. Una suerte de sabiduría infalible que brota de alguna entraña a medio camino entre el corazón y la sesera. Ahora bien, lo que para una persona es de sentido común puede no serlo para otra, simplemente porque cada cual juzga y decide en función de sus conocimientos, experiencias y prioridades vitales. Por tanto, el sentido común no siempre es universal sino que puede variar de una cultura a otra y de un individuo a otro.
Instrumento de una estratagema de despolitización y de reemplazo del debate público por un consenso mecánico fundado en un supuesto atributo natural, el sentido común se esgrime en la actualidad como seudocriterio normativo que cortocircuita toda alternativa a lo dado. No se trata de un argumento político, sino del último recurso de quienes o no los tienen o los esconden para convertirnos en un rebaño cretinado y dócil
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