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Durante su vida, el vizconde de Chateaubriand asistió a tres revoluciones (las de 1789, 1830 y 1848), vio triunfar y desmoronarse monarquías, repúblicas e imperios, ... fue notario de la extinción del absolutismo y del despuntar del socialismo, nació bajo una economía rural y falleció en los albores de la industrial. En sus últimos días, con cerca de 80 años, escribió: «Un rezagado en este mundo no solo ha visto morir a los hombres, sino que ha visto morir las ideas: principios, costumbres, gustos, placeres, penas, sentimientos, nada se parece ya a lo que él conoció. La especie humana en medio de la cual acaba sus días ya no es la misma».
Que las personas mayores se sientan desplazadas, fuera de su tiempo y como 'viviendo en casa ajena', es bastante común. Más radicalmente, en determinadas épocas las transformaciones se agolpan y los acontecimientos se aceleran de manera tan vertiginosa que las generaciones se miran y no se reconocen.
Hace años participé en una conversación con dos hombres sabios, buenos amigos que en el recodo final de sus vidas se despedían serenos a la vez que perplejos: el artista Rafael Munoa y el etnógrafo Juan Garmendia Larrañaga. «¿Tú entiendes algo de todo esto?», preguntaba uno esbozando un gran gesto, y el otro refrendaba: «Yo tampoco». Se aprestaban a abandonar un mundo demenciado donde lo que antes fue sólido aparecía desleído. Comprendí entonces que no se es contemporáneo solo por coexistir en un tiempo sino, sobre todo, por la comunidad de referentes, memoria, sensibilidad, inquietudes y aspiraciones, porque se comparte una idea del ser humano y de lo que funda su dignidad. Como Chateaubriand, aquellos dos veteranos vieron cómo caducaban valores esenciales para los de su generación, la de los años 20-30, dejándoles sin asideros.
Por encima de la anécdota certificamos la desorientación como categoría de nuestra época que no afecta solo a los mayores, sino que es intergeneracional (basta con observar a la juventud), e incluso intercultural. Lúcidos intelectuales que durante décadas nos ayudaron a entender lo que estaba pasando, avientan hoy ideas disparatadas y en total incongruencia con las de ayer. Ni siquiera ellos resisten a un Zeitgeist lastrado por la confusión.
El extendido sufrimiento psíquico, el desorden social o las obsesiones identitarias se inscriben en esta encrucijada antropológica. Aun no sabiendo cómo salir del extravío, no debemos resignarnos a la incomprensión: ello nos convertiría en una especie prematuramente envejecida.
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