Condenados a la libertad
Hace ochenta años el existencialismo se puso de moda y coronó a Sartre como referencia para varias generaciones
Los tiempos cambian y las agitaciones culturales bullen con distinto tenor. La que montó esta semana Rosalía transmutada en oblata en el centro de Madrid ... nos ha recordado que por estas fechas hace ochenta años se produjo otro acontecimiento inaudito en su género que proyectaría internacionalmente el existencialismo, filosofía con gran influencia en la literatura, el cine, la música o en el movimiento feminista del siglo XX.
Cierto es que la comparación entre la frescachona y jacarandosa Rosalía y el canijo bisojo con cara de sapo Jean-Paul Sartre daría para chanzas eclécticas, pero nos las envainamos por respeto a las gentes de 1945, supervivientes sumidos en el estupor frente a los detalles sobre los campos de exterminio nazis y respirando aún el polvo infernal aventado en Hiroshima y Nagasaki.
Pese al título escasamente sugerente de la conferencia, 'El existencialismo es un humanismo', y pese a que no parecía menú para todos los paladares el que pudiera servir un escritor que despuntaba con novelas y piezas de teatro densamente filosóficas, una muchedumbre se congregó en el salón de actos parisino para escucharle. Agolpado el gentío ante sus puertas, se desquiciaron los nervios: empujones, asalto a la taquilla, sillas rotas, varios desmayos y hasta algún fenomenológico sopapo. La primera batalla cultural memorable de la posguerra mundial.
Sartre, cuya fealdad desaparecía en cuanto echaba a hablar, según su amigo Aron, empezó recordando la posibilidad real de autoaniquilación humana y, quizá, de la vida misma sobre la Tierra. El existencialismo, dijo, se ofrecía como respuesta para una especie que, amenazada por el apocalipsis, debía salvar el mundo asumiendo sus responsabilidades. Todo pende de nuestra libre decisión, que nos compromete a cada uno y a todos.
Una persona es un proyecto que busca su realización, el conjunto de sus actos mediante los que da sentido a una vida que, a priori, no lo tiene. Y puesto que Dios no existe (en esto Rosalía discreparía con Sartre), no hay valores que fundamenten nuestras decisiones. Estamos solos, sin excusas. Condenados a ser libres. Y no seremos más que aquello que seamos capaces de hacer: «La existencia precede a la esencia».
A partir de esa resonante disertación, el existencialismo se hizo moda que irradió por toda Europa, coronando a Sartre como 'maître penseur' para varias generaciones. Y hasta hoy mismo: el último ensayo de Vargas Llosa, póstumo aún inédito, estuvo dedicado a aquel Sócrates de su juventud limeña.
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