Arantzazu
En un entorno agreste, amenazadas por alimañas y aisladas durante el invierno, fueron mujeres las primeras custodias del oratorio oñatiarra
Todo comenzó al término de la guerra de los jauntxos banderizos, larguísima y de inaudita crueldad hasta el clímax que supuso la quema de Mondragón ... en la noche de San Juan de 1448. Tras ser vencidos por la coalición formada por la Hermandad de Gipuzkoa y la monarquía castellana, un trágico capítulo de nuestra historia tocó a su fin y se abrió otro con la esperanza de un fructífero renacimiento. Es entonces, hacia 1469, cuando el pastor Rodrigo de Balzategui encuentra entre las zarzas de un paisaje telúrico y sublime, a dos leguas de Oñati, la pequeña imagen que simbolizará la nueva alianza de los guipuzcoanos.
Terminando el siglo, un grupo de mujeres asumió la custodia de la Virgen de Arantzazu junto con la atención a los peregrinos que ascendían al oratorio. En un agreste entorno de bosques, escarpes y farallones, amenazadas por toda clase de alimañas y completamente aisladas durante los inviernos, las beatas se abrigaban en un modesto refugio situado en la parte alta, donde el hotel Sindika se asoma hoy sobre el barranco que corta el ala sur de la basílica.
Mujeres a no dudar recias físicamente y de gran convicción espiritual para soportar penalidades que harían desistir a los muchos religiosos que vinieron después: hasta seis órdenes masculinas se sucedieron en los primeros veinte años de culto en Arantzazu antes de que los franciscanos consolidaran su presencia. Quizá también ellas habrían renunciado de no ser por el carisma de su rectora, Juana de Arriarán, a la que se atribuían poderes taumatúrgicos y proféticos, y cuya fama llegó hasta los Reyes Católicos que la convocaron en la corte.
Pronto caminaría hasta allí un Iñigo de Loyola recién convertido, para Arantzazu tuvo su último recuerdo Juan Sebastián Elcano antes de expirar en el océano, y de esas tierras partió rumbo a su alucinado destino de oro y sangre el 'peregrino' Lope de Aguirre.
Los siglos harán de Arantzazu meca religiosa, simbólica y cultural de Gipuzkoa, además de expresión cimera del arte contemporáneo vasco. Una fascinante síntesis entre espíritu y materia corporizada en los catorce apóstoles metafísicos de Oteiza, el ábside leñoso de Lucio Muñoz, las puertas metálicas de Chillida, la torre de puntas de diamante de Saez de Oiza, la cripta de Basterretxea...
A los mil años de la entrada de Gipuzkoa en la historia escrita y setenta y cinco de la piedra fundamental de la actual basílica, Arantzazu, hogar acogedor, sigue prodigando serenidad frente a la incertidumbre y esperanza frente al desasosiego.
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