La espléndida tirantez de la ignorancia
Un adicto que intenta hacer uso de la razón en un territorio plagado de estímulos no tiene escapatoria por mucha rehabilitación que haya hecho
Josean Fernández
Adicto. Pte de Aergi. Máster en Prevención y Tratamiento de Conductas Adictivas y Drogodependencias. Universidad de Valencia
Miércoles, 12 de noviembre 2025, 01:00
No es ni tan siquiera una discusión, es más bien una bruma cansina que lo envuelve todo. Unos miramos asombrados cómo se tensa el personal ... ante el más leve comentario serio y/o fundamentado de todo cuanto tenga que ver con esa especie de 'cosa' etérea o misteriosa que es, o que llamamos, adicción. Desde la distancia sideral que limita con el «yo controlo mis instintos», de aquellos que creen tener un control absoluto de sus vidas (y de los demás), con el «no tienes fuerza de voluntad» que nos aplican a los argumentadores de teorías «tan poco peregrinas» como las de N. Volkov o Antonio Damasio; los argumentadores, tratamos de hacernos entender entre el tupido bosque de ofertas que incitan al consumo inocuo de sustancias o conductas tóxicas como el alcohol, el tabaco y (¡oh, perdón!) las loterías, de uno y otro signo, como precursoras de desgracias familiares y de salud de todo tipo y color.
Y no hay manera oigan. «¿Tú tienes control sobre tu hambre?», le pregunto a un 'perto' (perdonen, 'perto' es el estadio anterior al de experto), que tiene muy claro todo esto del control férreo de los instintos y las apetencias, cualquiera diría que no es un mamífero. La respuesta es obvia: «¡Por supuesto! Me contesta». Y le va otra pregunta: «¿Y cuando tienes mucha hambre?» «Sin problema», me dice categórico. Oye 'perto, «¿tú has pasado hambre alguna vez en tu vida?» Le pregunto de nuevo. Se calla. Es que un día se perdió en el monte y estuvo sin comer hasta la hora de la cena, pero no sabe si eso se puede calificar como hambre. Lo que sí sabe es que cenó por cuatro aquella noche. El caso es que no quiere verse atrapado y recula: «Eso fue una ocasión puntual, no tiene nada que ver con lo que estamos hablando».
Pues miren por dónde. ¡Si que tiene que ver! Al menos para quienes quieran entender, sin prejuicios, la razón básica por las que una persona consume sustancias tóxicas, legales o no, sin tener, al parecer, en cuenta, las consecuencias que se derivarán de ello. Si mi interlocutor tuviera de ocho a diez veces más hambre de la que tuvo ese día, habría que ver si sus consideraciones sobre comer con control (cosa que no hizo en la cena) serían las mismas. Y, ya puestos, que, con ese hambre desatada se viera rondando por lugares de comida, olfateando en el ambiente el intenso aroma de la que más le gusta, y sin un euro en el bolsillo, hasta detenerse ante un local en el que hay mucha, muchísima gente, comiendo a dos carrillos su manjar favorito. ¿Se lo imaginan salivando delante de la puerta? ¿Pedirá dinero a alguien? ¿Tomará algún resto del suelo? ¿Suplicará? ¿Será capaz de robar para comer ante el bombardeo de estímulos que resuenan en su cerebro desnutrido?
Intento explicar la situación en la que vivimos las personas adictas cuando se nos presiona. Bajo la 'bandera de la voluntad' o la 'manipulación del desaire', para que estemos entre la gente que consume aquello que desató nuestros males, mientras nuestro cerebro demanda urgentemente, físicamente, orgánicamente, eso que tiene delante condicionado, excitado por estímulos olorosos, visuales, auditivos, olfativos, como recompensa absoluta de todas sus demandas. Un cerebro sometido por células que son auténticas pirañas, en el que su corteza prefrontal adolece de pereza patológica. Sí, tenemos un Prefrontal perezoso. Y, además, un Sistema de Recompensa que por su propia evolución biológica es más rápido e intenso en su visceralidad, que somete a nuestra capacidad volitiva con una facilidad escalofriante. Una persona adicta que intenta hacer uso de la razón, en un territorio plagado de estímulos de esas características no tiene escapatoria por mucha rehabilitación que haya hecho. Eso es, siguiendo el ejemplo de la comida, como comer, y dejar de hacerlo, con el convencimiento de que ya no se va a volver a tener hambre nunca. ¿Es tan difícil de entender?
Pero podemos fiarlo largo: miren, la mayor parte de la gente vivimos la mayor parte de la vida como si no fuera a acabarse nunca. De manera consciente e inconsciente asumimos conductas de consumo o comportamiento no exentas de riesgo con la idea cierta de que son eventos puntuales que no contarán de manera acumulativa en el devenir de la vida. Los deportes de riesgo, el consumo diario de alcohol o tabaco, la comida 'rica' en azúcares o grasa, ¿sigo? Repito: eventos puntuales no acumulativos. Situaciones a las que, supuestamente, cada uno pone fin cuando decida sin mayor dificultad. (Que es justo lo que dicen quienes no tienen mayor dificultad). Pero en un momento dado de la vida se presentan problemas de salud sin causa aparente. Nadie entiende cómo ha podido pasar..., un castizo diría eso de las 'goteras' o lo de 'pasar la ITV'. Lo cierto es que el organismo comienza a dar muestras de ciertos fallos hasta ese momento impensables, y los de la tan traída y llevada «fuerza de voluntad», si son parte afectada, se deberían plantear preguntas: ¿qué pasa? ¿qué ha fallado? O, mejor ¿qué me pasa? ¿En qué he fallado?
Ver la paja en ojo ajeno es más fácil que ver la viga en el propio, de ahí que la ignorancia siga siendo, aún en su más intensa tirantez, la más atrevida de las desvergüenzas. Otro año más llegamos al Día sin Alcohol, (el sábado) que será, otro año más, con alcohol. En realidad, es que es sólo un decir... desgraciadamente.
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