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Estamos inmersos en un escenario en el que casi todo parece saltar por los aires. Una era compleja y llena de incertidumbres en la que ... valores fundamentales parecen resentirse y nos hacen mirar atrás en busca de un cierto paraíso perdido.
Así, el pesimismo parece instalarse en nuestras vidas a la luz de los acontecimientos de orden político y social en los que nos vemos inmersos. Este pesimismo desmovilizador constituye una gran amenaza, en un escenario donde campan a sus anchas la superficialidad, la ambición desmedida, los prejuicios, la mediocridad y la estupidez.
Además, se manifiesta una especie de enfrentamiento generacional que no tiene ningún sentido. Ante problemas como los de la vivienda y las pensiones, los jóvenes miran a las generaciones mayores como parásitos que se aprovechan para vivir bien a costa de hipotecar el futuro de las nuevas generaciones. Por otra parte, los mayores se dirigen a los jóvenes como si estos careciesen de valores fundamentales y se hubiesen convertido en niños consentidos que todo lo quieren sin esfuerzo.
Así que el pesimismo está servido y la mirada nostálgica al pasado como si ese fuese el mejor de los escenarios puede acabar por configurar un caldo de cultivo que desactive lo mejor de la sociedad.
Pero no es verdad que cualquier tiempo pasado fue mejor. No, al menos, en términos generales. Podemos ser críticos, muy críticos con muchos de los aspectos que caracterizan la situación actual, pero si utilizamos un poco de perspectiva coincidiremos en que la sociedad sigue progresando, a pesar de todo. Cierto es que el progreso no se produce de una manera lineal y constante, sino que está afectado por turbulencias que nos hacen pasar por momentos en los que se vive más un retroceso que lo contrario. Pero lo importante es la tendencia, dejar que el tiempo nos dé un poco de perspectiva y que el medio plazo nos permita poner en su justo lugar aquellas turbulencias y retrocesos que podemos experimentar en el corto plazo. No se trata de ser optimistas porque sí, aunque ya sería una razón para serlo, porque el pesimismo solo lleva al fracaso y al estancamiento.
Se trata de comprender que si perdemos la esperanza, perderemos el futuro y esto es algo que no nos podemos permitir. Así que hay que quedarse con lo positivo, confiar en las personas y entender que merece la pena seguir trabajando por un futuro mejor. Necesitamos perspectiva para confiar en que ese futuro mejor es posible y en que, a pesar de todo, podemos seguir progresando. Porque, como decía el expresidente Obama, «si tuvieras que elegir un momento de la historia para nacer y no supieras de antemano qué serías –si no supieras si ibas a nacer en una familia rica o en una familia pobre, ni en qué país nacerías, ni si ibas a ser hombre o mujer–, si tuvieras que elegir a ciegas en qué momento querrías nacer, elegirías el presente».
Esta llamada a un cierto optimismo razonable puede resultar un tanto descorazonadora en los tiempos que vivimos, pero es fundamental comprender que el progreso de la sociedad no se puede dejar en manos de supuestos mesías revolucionarios que solo buscan destruir lo que con tanto tiempo y esfuerzo hemos construido. Es verdad que nuestro modelo de bienestar está en entredicho y que estamos perdiendo demasiado tiempo en abordar un debate capital para nuestro futuro, porque sabemos que ese debate es un debate de renuncias en el que habrá que sacrificar ciertas cosas para poder avanzar en lo fundamental. Así, por ejemplo, sabemos que necesitamos incorporar a personas que vengan del exterior a construir su futuro de la mano del nuestro, pero no queremos afrontar los desafíos que esto supone en cuestión de integración cultural y social. La cuestión es que no podemos dejar este debate en manos de cualquiera.
Por eso es urgente recuperar el liderazgo social de un pensamiento solidario, generoso y esperanzador, más allá de las renuncias concretas que haya que realizar, porque el futuro lo tenemos que construir quienes pensamos que es posible progresar de la mano del compromiso con un bienestar social sostenible e inclusivo. Y para ese debate necesitamos confiar en las nuevas generaciones, porque en esto tampoco cualquier tiempo pasado fue mejor. Este desafío no es algo nuevo. Resulta un lugar demasiado común el comentario de las viejas generaciones acerca de la supuesta falta de valores de las nuevas. Algo que se repite a lo largo de la historia y que tampoco, por ello, tiene sentido.
No tengamos dudas de que las nuevas generaciones y un buen diálogo intergeneracional, nos permitirán conquistar el futuro. Este es un reto clave con el que nos enfrentamos. Mientras no lo abordemos estaremos perdiendo la fuerza creativa y de progreso de nuevas generaciones de jóvenes. Un lujo que no nos podemos permitir. Porque cualquier tiempo pasado, a pesar de todo, … ¡no fue mejor!
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