Las Leyes de Oro
José Ignacio Ansorena
Lunes, 24 de noviembre 2025, 00:02
Lo decían los mayores: la Ley de Oro en la sociedad, quien tiene el oro hace la ley. El oro es la fuerza, compra las ... armas, las personas, los medios… Estos días se cumplen cincuenta años desde el fallecimiento de Francisco Franco Bahamonde, el llamado Caudillo. El oro para muchas de sus tropelías se lo consiguió Joan March i Ordinas, conocido como «El banquero de Franco». No se suele recordar tanto que también fue contrabandista y tratante de cerdos. En sus comienzos mostró posturas políticas de izquierda, pero, como muchos, de forma rápida, realizó una artística ciaboga a la derecha. Se dice que él o su familia, hicieron asesinar al joven Rafael Garau, que era amante de su esposa. Pero la Justicia nunca se empeñó en buscar con ahínco al asesino. En aquellos tiempos, el Poder Judicial estaba en manos de la derecha-derecha. Hace cien años.
Los herederos de Franco y March viven estupendamente a cuenta de los dineros que aquellos dejaron. Y los herederos políticos también. Entre ellos los ungidos por la monarquía. Es difícil encontrar, para la cúspide de la organización social, algo más absurdo que Reyes y Reinas. En el Estado de España así lo decidió Franco. Para garantizar una transición ejemplar. Es decir, para que la cuadrilla de rapaces de marca mayor de la época franquista atravesaran una etapa de aparente cambio y, poco a poco, pudieran volver, con trajes renovados, pero no mucho, al lugar que creen les corresponde.
Cuando murió Franco servidor cumplía el servicio militar y, pasado medio siglo, se encuentra ya bastante mayorcito. Sin necesidad de exiliarme, me gustaría acabar mis días en una República, aunque soy consciente de que tampoco será el cielo. Eso vendrá después. Pero esta es la dura realidad: el sinvergüenza del chorizo emérito publica sin vergüenza un libro que alguien le habrá escrito, con el noble propósito de recordarnos qué tontos somos, y que debe respeto a la tradición de la familia Borbón, mentirosa y ladrona durante siglos. Hacia nosotros respeto no. El Poder Judicial sigue, como hace cien años y le han perdonado todas sus mangancias y engaños. Pero ante las evidencias, nos quieren hacer creer a los sin-oro que se trata tan solo de un eslabón de la cadena que ha fallado. El siguiente es bueno, bonito y… barato no.
No creo que pueda existir una sociedad absolutamente limpia en su organización. Las personas estamos hechos de esta arcilla. También yo fui choricete en mi infancia. Mayo era el mes de las flores y las chicas del colegio donostiarra de Elizaran llevaban semanalmente su ofrenda floral a la Virgen en Santa María. Nosotros, para camelarlas un poco, robábamos calas de la huerta que tenía el guarda de la subida a Urgull y se las llevábamos. Pero no hacíamos gran negocio, nos miraban con la misma cara de pena. Teníamos ADN de pobres.
Es normal que los ladrones se agolpen alrededor del poder. Pero tendríamos que poner algunos límites: un mínimo de oro para todos y un máximo para los más avezados. No parece admisible que una sola persona pueda ser dueña de 80.000 millones de dólares, por ejemplo. Porque para juntar esa cantidad se ha tenido necesariamente que robar a manos llenas. Pero la organización social que tenemos, la santa democracia liberal, está pergeñada para que se robe, comenzando desde las sociedades anónimas. Me resulta sorprendente que esos grandes maleantes no se percaten de que no les merece la pena. Recuerdo la conversación que se traían en setiembre pasado Putin y Xi Jinping, en compañía de Kim Jong-un. Estos crueles dictadores, a quienes las muertes de otros no les importa un rábano, parecían hacerse la ilusión de que, gracias a las novedades científicas, vivirían para siempre. No son pues tan listos. Que observen la muerte de Franco. Antes o más tarde, morirán igual que nosotros… o peor. Y sus oros valdrán como los de la corona de Eugenia de Montijo, para dejarlos en un museo y los robe algún avispado o los gasten sus froilanes. Nuestro chorizo coronado quiere funeral de Estado, con Corona dorada. Que aprenda otra Ley de Oro de nuestros mayores: hilda gero, salda bero (después de muerto, caldo caliente).
Parece que, empujados por los bolsillos dorados, la ultraderecha está creciendo entre nuestros jóvenes. No sé si es cierto, pero lo hemos dejado fácil. Los jóvenes son recién llegados a nuestro territorio y no les hemos ofrecido con fundamento los mapas y la brújula que tan necesarios les son, ni ofrecido guías expertos en muchas familias. Manera bastante segura de llegar al fracaso. A pesar de ello, la mayoría de los jóvenes, tienen mérito, se encaminan bien en la vida.
Los forrados en oro se han percatado de esos problemas de la juventud y colaborado en que sean mayores. Y les ofrecen mapas y brújulas, falsos, pero aparentes. Normal que algunos piquen el anzuelo. Esto también es una Ley de Oro.
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