León XIV, no lo tienes fácil
La pregunta de fondo que atraviesa toda la historia de la Iglesia en lo referente al poder es: ¿dónde reside la autoridad para tomar decisiones?
Por mucho que se quiera una Iglesia codecisiva, es la jerarquía la que, en última instancia, toma las decisiones y las va a seguir tomando. ... En concreto, nosotros cuatro no estamos dispuestos a que nuestro poder como obispos quede abolido apelando a la necesidad de caminar y decidir todos juntos: obispos, curas y bautizados y bautizadas». Esta es la respuesta de los obispos de Colonia, Ratisbona, Eichstätt y Passau a la decisión de poner en marcha un Consejo Sinodal que –representante de todos los colectivos de la Iglesia en Alemania– va a tener capacidad para tomar decisiones vinculantes conjuntamente. Es lo que se conoce como sinodalidad codecisiva. La sinodalidad auténtica –ha declarado, por su parte, el cardenal Rainer Maria Woelki, arzobispo de Colonia– no es parlamentarismo que se afana «en obtener mayorías en el sentido democrático», sino «escucha» a lo que quiera decir el pueblo de Dios sobre el asunto de que se trate. Luego, les corresponde tomar la decisión que libremente les parezca mejor. Guste o no, «la jerarquía de la Iglesia no queda suspendida ni abolida».
Esta firme y clara posición se encuentra en las antípodas de la que mantienen –de manera tan clara y firme, o más– los restantes 23 obispos alemanes, además del llamado Comité Central de los Católicos alemanes (ZdK). Para estos obispos y laicos la sinodalidad ha de ser necesariamente codecisiva o deliberativa; para nada, solo «escuchante», tal y como –de hecho– parecía defender el Papa Francisco. Y digo que «parecía» porque, si bien es cierto que en 2020 rechazó las reformas de la Iglesia basadas únicamente en estándares democráticos, también lo es que en el Sínodo Mundial de 2024 dio por buenas –y ratificó– las decisiones tomadas por mayoría cualificada de dos tercios. Como también lo es que, en el cónclave, recientemente celebrado, se haya elegido un nuevo Papa por mayoría, igualmente cualificada.
Por tanto, la pregunta de fondo que atraviesa toda la historia de la Iglesia en lo referente al poder –y no así, a su ejercicio– es ésta: ¿dónde reside la autoridad para tomar decisiones? ¿Sólo en la jerarquía o también en todos los bautizados y bautizadas? La respuesta remite a la diferenciada –y enfrentada– interpretación del pasaje en el que Jesús de Nazaret «edifica» la Iglesia y «entrega» el poder: «Tú eres Pedro y sobre esta 'piedra' edificaré mi Iglesia». Y lo que «ates en la tierra quedará atado en los cielos» (Mt 16, 18-19). En la interpretación más tradicional y común, lo que Jesús funda es la Iglesia y lo que entrega a «toda la Iglesia», a través de Pedro, es el poder. Por tanto, el poder descansa en «toda la Iglesia», es decir, en todos los bautizados y bautizadas. Es la interpretación tradicional que persiste en las actuales iglesias ortodoxas, en las de la Reforma luterana y la que era igualmente aceptada, incluso, en las iglesias del norte de África, por ejemplo, en la que presidia Agustín, como obispo de Hipona. Pero no es la que, poco a poco, se va imponiendo en la iglesia de Roma. Para esta iglesia, residencia de los restos de los apóstoles Pedro y Pablo, Jesús entrega el poder no a toda la Iglesia, sino a la «iglesia de Roma».
He aquí una de las claves fundamentales –si no es la clave– para entender la gran mayoría de las divisiones que persisten entre las diferentes iglesias cristianas. Y he aquí la «patata caliente» que, como un guadiana, reaparece en la Iglesia católica y sobre la que el Papa León XIV tendrá que volver a tomar una decisión: ¿será partidario de una sinodalidad –como defendía Francisco– solo «escuchante» o confirmará la sinodalidad «codecisiva» que viene defendiendo, y practicando, la inmensa mayoría de la iglesia alemana, incluidos sus obispos?
El 21 y 22 de noviembre, en Fulda (Alemania), obispos y católicos del país, votarán los Estatutos del Comité sinodal
Sospecho que no habrá que esperar a la Asamblea Eclesial, decidida por Francisco para octubre de 2028. Mucho antes, entre el 21 y 22 de noviembre de este año, en Fulda (Alemania), los obispos y los católicos del país, votarán los Estatutos del Comité sinodal (o como quiera que pueda llamarse) y en enero de 2026 la iglesia alemana celebrará la sexta y última Asamblea Sinodal. Será entonces cuando sepamos si nos encontramos en el comienzo de algo grande que va a cambiar la Iglesia católica en Alemania y, por extensión, en toda la Iglesia mundial. Y será, a partir de entonces, cuando –además de saber si la Iglesia alemana cuenta (o no) con la ratificación de León XIV– se inicie una crisis de dimensiones globales, ya sea para mal o para bien.
Pero que lo sea en un sentido o en otro es algo que va a depender de que León XIV defienda, a capa y espada –como su predecesor– una sinodalidad «escuchante», dando por buena la apropiación del poder de la Iglesia solo por la jerarquía o de que, a diferencia de Francisco, se decante en favor de otra codecisiva, como vienen haciendo los alemanes estos últimos años. Queda en sus manos gestionar esta crisis en ciernes. La verdad es que no lo tiene fácil ya que el precio que pagar va a ser alto; tanto en una dirección como en otra.
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