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En ningún caso fue una bronca». Es lo que ha afirmado la obispa episcopaliana, Mariann Edgar Budde, en una entrevista que –en español– se puede ... escuchar y ver en TikTok y que me permito reconstruir: «No me arrepiento de lo que le dije al presidente Trump. Es la palabra que tenía que decir tanto al pueblo como al presidente y es la que le ofrecí, en particular, a él: 'Tenga misericordia con los migrantes, gays, lesbianas y transexuales'». «Mi intervención en el oficio religioso –prosigue– no fue una regañina o una bronca, sino una petición, una súplica en nombre de la gente más necesitada de nuestro país. En mis palabras no hubo ninguna falta de respeto al presidente. Reconocí que había ganado las elecciones y que había muchas personas que le habían votado, incluidos los hispanos. Pero sí, es cierto que le percibí un poco frío e incómodo».
Ante el mensaje de Trump en las redes acusándola de ser una «odiadora de la línea dura de la izquierda radical», de que «habló en un tono repugnante que no fue ni convincente ni inteligente» y de que, además, el servicio religioso fue «aburrido y no inspirador», respondió que «esa era su opinión». ¿La han amenazado? Le pregunta, seguidamente, la entrevistadora. «Sí, un poco. De momento debo tener cuidado, pero son más las adhesiones que las amenazas. Y, a pesar de estas últimas, no son tiempos para estar en silencio». Y dice que un sistema democrático sigue teniendo la responsabilidad de decir 'no' porque hay principios y valores morales que se deben respetar. En concreto, denunció que hay personas y colectivos que están –y no para bien– en el foco de atención de la administración Trump. Pues bien, la obispa considera necesario decir a esas personas más vulnerables que «somos muchos los que estamos con ellos, apoyando y haciendo todo lo que sea de nuestra parte: sencillamente, porque ellos también son parte de este país».
En la homilía del 25 de enero, Mariann Edgar Budde había dicho al presidente Trump, y a todo el mundo que quisiera escucharla, que «Jesús se había desvivido por acoger a quienes su sociedad consideraba parias» y que, según las Escrituras –tan importantes, al parecer, para el presidente Trump– a Dios le importa más lo que hacemos y las consecuencias de nuestros actos «que las palabras que rezamos». «Es cierto –prosiguió– que en toda contienda democrática hay perdedores y ganadores». Como también lo es que no todas las esperanzas y sueños particulares pueden hacerse realidad en una determinada sesión legislativa o en un mandato presidencial, ni siquiera en una generación. Pero es, igualmente cierto, que para algunos, «la pérdida de sus esperanzas y sueños será mucho más que una derrota política: será una pérdida de igualdad y dignidad, y de sus medios de vida». Y esto último es particularmente preocupante en un país como Estados Unidos en el que, a su juicio, «se ha normalizado la cultura del desprecio» amenazando con destruir nuestra unidad.
Por ello, la obispa episcopaliana sugirió tres puntos fundamentales en los que se basa la unidad de este país. El primero es «honrar la dignidad inherente a todo ser humano». Ese fundamento nos lleva, en concreto, a rechazar «descartarnos, burlar o demonizar a aquellos con los que discrepamos, optando en su lugar por debatir respetuosamente nuestras diferencias y, siempre que sea posible, buscar un terreno común». El segundo punto fundamental de la unidad es 'la honestidad', en particular, con la verdad. Es cierto que «no siempre sabemos dónde está la verdad». Y, finalmente, la humildad porque todos somos seres humanos falibles, «cometemos errores, decimos y hacemos cosas de las que luego nos arrepentimos». Y también porque «quizá seamos más peligrosos para nosotros mismos y para los demás cuando estamos convencidos, sin dejar lugar alguno a las dudas, de que tenemos toda la razón y de que los demás están totalmente equivocados».
Al finalizar su homilía, la obispa se dirigió a Trump y le dijo: «Millones de personas han depositado su confianza en usted y, como dijo a la nación, ha sentido la mano providencial de un Dios amoroso. En nombre de nuestro Dios, le pido que se apiade de las personas de nuestro país que ahora tienen miedo. Hay niños gays, lesbianas y transexuales en familias demócratas, republicanas e independientes, y algunos temen por sus vidas. Y las personas que recogen nuestras cosechas, limpian nuestros edificios de oficinas, trabajan en granjas avícolas y plantas de envasado de carne, lavan los platos después de comer en los restaurantes y trabajan en los turnos de noche en los hospitales: puede que no sean ciudadanos o no tengan la documentación adecuada, pero la gran mayoría de los inmigrantes no son delincuentes. Pagan impuestos y son buenos vecinos. Son fieles miembros de nuestras iglesias, mezquitas, sinagogas, viharas y templos». A decir verdad, para ser una súplica está muy bien formulada y mejor argumentada. Solo hace falta que al otro lado haya un corazón humano.
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