No había que protestar
La UEFA y la FIFA se disponen a expulsar a Israel de todas las competiciones del fútbol internacional. Las protestas en contra del genocidio se ... generalizan. Alcanzan al Zinemaldia, donde todo el mundo se significa con chapas en la solapa y acude a una manifestación multitudinaria.
Cuando las protestas obligaron a suspender la etapa de la Vuelta en Bilbao, los manifestantes eran chusma, radicales. Las autoridades salieron a reprender a los alborotadores porque proyectaban una imagen negativa del país. Se alambicaban declaraciones para decir que las movilizaciones son legítimas siempre y cuando no causen molestias. Nada extraño, teniendo en cuenta que el alcalde de Bilbao es el mismo que dijo que las manifestaciones en su ciudad deberían discurrir por las aceras y no por la calzada.
En unos días, esas protestas de la Vuelta han alcanzado tal repercusión y respaldo que hoy es el día en que hay codazos para encontrar hueco detrás de las pancartas. Los mismos que se rasgaron las vestiduras por la imagen de país que se dio en Bilbao ahora sujetan banderas.
La etiqueta de la violencia se usa como excusa para deslegitimar, si no criminalizar, la protesta. El afán de 'separar política y deporte' es un intento de despolitizar al ciudadano y, así, abocarle al conformismo ante unas reglas del juego que se hacen pasar por inevitables.
La protesta, sin embargo, es una de las formas legítimas de manifestación política que tiene la ciudadanía en una sociedad democrática, como el voto o el derecho de intervenir en los asuntos públicos. Barcos militares navegan hacia el Mediterráneo oriental y mucha gente empieza a sentir mucha presión. Pero no había que protestar.
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