Tal como éramos
Pasó con menos dulzura que furia el tiempo de las cerezas, el de los cantautores y el de la canción que tenía sentido, aparte del musical
De las muchas películas protagonizadas por Robert Redford, la primera que me viene a la cabeza cuando sopla el viento sur y el cielo azul ... lucha por mantenerse puro en su color, cuando las nubes se afanan por ocupar el espacio que les corresponde, o eso creen al menos, y esperan que otro viento favorable les dé la posibilidad de afianzarse y dominar, es una titulada 'The Way We Were', 'Tal como éramos', de 1973, estrenada en nuestro país en 1974. Desde la distancia de los años pasados, más de cincuenta, desde la memoria no siempre altiva, sino encorvada por la carga ineludible de los años, sigue pareciéndome una obra que reflejaba tempranamente lo que sucede cuando los ideales severos se enfrentan a la realidad obtusa y la vida se abre tiernamente ante senderos que se bifurcan y se dividen, debiendo escoger entre la práctica y la teoría, así. Es una historia de encuentros y desencuentros, de amor sin final feliz, casi abrupto, como suelen ser las historias trascendentes.
Ella, Barbra Streisand, quiere ser el retrato de una izquierda que antepone sus ideales a todo aquello que no lo son, la colectividad a la individualidad, la 'causa' ante todo lo demás, lo eterno a lo contingente; y él, Robert Redford, el de una izquierda más aferrada a la vida personal, más rebelde, menos dogmática, más permeable a los acontecimientos cotidianos y al devenir del mundo, consciente de la imposibilidad de vivir varias vidas, de la necesidad de afianzar la que se tiene, sin demasiadas ataduras ni demasiados rencores, ni demasiados recuerdos.
Así sucedió en muchos lugares, aunque no se pretenda o no se pueda recordar. Pasó con menos dulzura que furia el tiempo de las cerezas y también el de las ciruelas, el de los cantautores y el de la canción que tenía algún sentido, aparte del musical. Algunos ideales se convirtieron en moneda de cambio y otros fueron oxidándose por la herrumbra del tiempo y de las circunstancias, tragados, a veces, por la arena de las ambiciones, aplastados por el peso de la codicia, o devaluándose lentamente, sin apenas percibirlo, hasta perder del todo el crédito anterior.
La película deja un extraño sabor de boca. Hay dos personas que se quieran, pero que hacen lo imposible por no verse ni estar juntos, y cuando coinciden ni siquiera alargan ese instante, sino que dejan que se muera, que se diluyan esos segundos en el gris paisaje de la gran ciudad, con su tráfico, sus prisas, sus quehaceres, la soledad siempre.
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