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Febrero va subiendo su pequeña cuesta, a pasos cortos y cansados. Es el mes más vago (gandul lo llaman algunos), el que menos días tiene ... del año, y, asimismo, el que más expectativas levanta, por ser un mes festivo y carnavalero, aparente y engañoso, del pecado antes que la penitencia, de la tempestad antes de la calma, del placer antes que la culpa. La tierra no es más pobre que antes, pero los bolsillos están vacíos, como si un vendaval los hubiera volteado a placer y una bandada de golondrinas hubiera volado desde ese nido. Fragilidad de las cosas, el hueco de la semilla, la vigilia que precede al sueño, la espera que anticipa el fruto venidero, se siente. Es tiempo de renacer y de despertar a la vida, lentamente, sin premura.
Alguien ha estado arando en el huerto cercano y aún se ven los largos surcos dibujados por la máquina sobria y sencilla. No han caído las naranjas del árbol y empiezan ya las flores a destacar, como pequeñas estatuas blancas sobre la corteza; las ramas sienten un pequeño temblor, un movimiento que conocen porque forma parte de su experiencia singular. El instinto asoma, la costumbre se perpetúa, la repetición de los ciclos se sucede con la consabida exactitud geométrica. La ciencia no es un artificio; nada está sujeto al azar, la ley de la supervivencia domina en una naturaleza que no busca el caos, sino el orden inmaculado, aunque el caos lo provoquemos dondequiera que nos encontremos. Hay quien disfruta de todo ello, y le llama civilización.
Yacen ocultas, todavía, las larvas, las raíces, las bellotas. Guardadas están como la sidra nueva en los barriles y cubas, la ropa de primavera en los baúles y en el fondo de un armario amplio, el ánimo en el cofre del corazón abierto. Los surcos de la edad son los más difíciles de ocultar, son las avenidas recorridas, las calles por donde ha transcurrido lo inmediato de la existencia, las señales inconfundibles que cada cual muestra, cuando quiere. Las vías públicas se pueden cubrir con asfalto blando, pero el uso y abuso diarios sacan a la superficie aquello que se pretende ocultar. Bajo la apariencia y los disfraces inocuos se esconden a veces variadas y complicadas biografías, vidas que pasaron inadvertidas, enterradas en un silencio provocado y deseado, al abrigo de la curiosidad ajena y extraña.
Amanecen los días y también las personas, cuando se desprenden de toda la capa que los meses pasados han ido acumulando, sin mayor conciencia de su acción.
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