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Hay un lugar en esta ciudad, que no quiero desvelar, donde todas las mañanas, a la hora del desayuno, alguien se dedica, mientras pasa el ... tiempo preciso para tomarse su café con leche acompañado con lo que sea, a hacer pequeñas figuras de papel, pájaros, sobre todo. Quien se siente después en la misma mesa, verá extendida sobre la tabla limpia y reluciente, un plantel de figuras, colocadas unas al lado de otras, simulando el vuelo que jamás realizarán, la huida que no iniciarán, el despegue del suelo que, a pesar de todo, seguirá firme y a resguardo de cualquier veleidad. Hubo un tiempo en que soñar con pájaros era señal de que algo bueno y memorable iba a suceder pronto; contemplar la temprana venida de aves significaba que el invierno había acabado y que llegaba la primavera, tan ansiada como largamente esperada. Si las golondrinas anidaban bajo el tejadillo, la vida, en su acepción general, avanzaba con su lenta y firme decisión. Si, por el contrario, se retrasaban, o dejaban de anidar en su lugar habitual, era que alguna desgracia había sucedido en alguna parte del mundo: la erupción de un volcán, una explosión en una central nuclear...
Está la gente atenta al carnaval; se siente a lo largo de la ciudad, no en las calles, que aún conservan su tono serio y señorial, pero amable, su dejar pasar los días sin que nada se resienta, sino en las personas, prestas a desvestirse de lo que son y a vestirse de lo que desean ser, al menos durante un instante, por efímero que sea. Carnaval es cuando el deseo se muestra, sin pudor, en toda su intensidad, cuando el dolor se transmuta en gozo y la desdicha en alegría, la soledad se degrada y se encierra en su hueco, e irrumpe la hermandad plena, la de los cuerpos y de los espíritus, la embriaguez que abarca todas las cotas de lo imaginable.
No hay nada más duradero que el deseo que no se consume, como el amor que no pierde su inocencia original, ni se ensucia ni se disfraza por aparentar. Ya se sabe que el tiempo medible es la forma que adquiere la eternidad, innumerable, para mostrarse ante los mortales. Hay pocos momentos en la vida en los que parece que su flujo se detenga. Entonces, la felicidad se vuelve posible, al alcance de los sentidos, no una ilusión surgida en una noche de insomnio. Pasan pájaros ante los ojos medio abiertos, pájaros de vuelo preciso, augurio de sucesos nacidos para conmover, aunque no trasciendan la capa frágil e íntima de la realidad más cercana.
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