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Tenemos edad, se constata día tras día; cada cual va dejando su huella, imperceptible muchas veces, evidente, otras, como el surco de las naves cuando ... navegan hacia el norte. Nadie aceptaría de buen grado su muerte, si no fuese por algo superior al propio ser humano, que es la preservación de eso tan abstracto y volátil, como preciado, llamado recuerdo. Si los muertos están presentes en algún momento en nuestras vidas, es porque algunos actos han trascendido y superado ya los límites propios del tiempo y de la existencia. Para la historia, lo vivo y lo muerto son lo mismo, igual que lo despierto y lo dormido, la juventud y la vejez, porque todo se vuelve a la larga igualmente sustancia del sueño.
La naturaleza, cuando quiere, no busca esconderse, sino, al contrario, insiste en aparecer súbitamente con toda la fuerza y la violencia que sabe, puede y procura, llevándose por delante vidas, enseres y objetos. Llamamos desgracia a lo inevitable, y al no poder comprender su esencia completa, culpamos a la fortuna, a la suerte, a los dioses, en definitiva, como si ellos, desde su invisibilidad, regularan el curso de los días, como el guardia la circulación, desde la monotonía triste del coche patrulla.
Se hace y se deshace, se siembra y se recoge, se estira y se pliega, se abre y se cierra; cada acto tiene su evidente consecuencia, aunque no se quiera reconocerlo al instante. Pedir perdón no sirve, una vez pasado el momento preciso y necesario. Lamentarse trae muy pequeño consuelo: lo pasado pasado está, y el porvenir está a punto de venir y de superar cualquier umbral conocido. Lo que no se previno ayer no se prevendrá ni aún mañana; lo que se olvidó antes que ahora volverá a olvidarse de nuevo. El futuro está en el presente, hay que mirarlo a la cara.
Los magos triunfan en todas partes. Aparecen en la televisión, en los medios de comunicación, compran teatros, hay hileras de personas que pagan por verlo. Dicen que hacen desaparecer a personas, y luego las vuelven a traer a la vista. Son trucos, se sabe, pero emociona aún esa habilidad para ilusionar, sin que parezca que se ilusiona, esa emoción que flota en el aire e indica que algo inesperado va a suceder.
De la muerte, nadie, que se sepa, vuelve para contarlo. Y si volviera es que se ha trastocado el orden visible de las cosas. El agua, impulsado a ello, regresa a su cauce antiguo, y la pena al regazo siempre vivo del corazón abierto. Y la memoria, a la mente que espera.
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