Dependencias
La lectura como tarea diaria crea una dependencia especial. No es como la que provocan el café, el alcohol o el tabaco, más adictivas, más primarias y salvajes...
A veces somos afortunados por ser testigos de hechos extraños, insólitos e, incluso, claramente sorprendentes. Ver, por ejemplo, a una adolescente, cuya edad puede ser ... indefinida, o infinita, según los ojos con los que se mire, leer un libro en el autobús, mientras la gente a su alrededor, hombres, mujeres y niños, se encorvan para administrar con tacto, vista y oído el contenido de un minúsculo teléfono, puede considerarse como algo histórico, en una ciudad donde la historia ha barrido mucho, para casa casi siempre. Ella no levantaba la mirada de las páginas del libro, cuyo título, por estar cubierto por un forro común, no se podía reconocer. Iba pasando las páginas, igual que el autobús iba dejando atrás sus estaciones, con regularidad calculada. En algunas, subían más personas que bajaban; en otras bajaban más que subían; y había una donde nadie bajaba ni subía. Es la parada desdeñada, abandonada, distante, triste parada sin destino ni condición, el hazmerreír de las demás.
La lectura como tarea diaria crea una dependencia especial. No es como la que provocan el café, el alcohol o el tabaco, más adictivas si cabe, más primarias y salvajes, más dañinas. Tiene mucho que ver con la que surge de esa pasión irrenunciable llamada amor. Quien la padece no puede alzar la vista, ni acercar el oído, ni agitar manos, si no es en el lugar que ocupa la persona amada, en cuerpo entero, o como efigie o recuerdo; ni puede conducir sin nublarse la mente, ni transportarse, a otra parte, a otra instancia que no sea donde habite el deseo.
Pero no es el amor sólo el que regula las relaciones y la convivencia con los demás. Existen también el odio, la envidia, la soberbia, el desafecto, la traición, el desprecio, la crueldad, grandes males que tienen difícil cura, por tener mal diagnóstico. Decían los antiguos que la vida es sombra y sueño repetido. También es una realidad luminosa que, a ratos, se escapa a los sentidos, tan engañosos y truhanes. Al fin, la muchacha alzó la mirada del texto que hasta entonces la había ocupado, cerró con clara alegría el libro, sonrió, se levantó lentamente, y desde la ventana del autobús vio que la calle seguía donde siempre: la gente ocupaba las aceras y algunos se entretenían mirando escaparates; otros esperaban en los semáforos, o cruzaban la avenida a la carrera, con bastante riesgo. Los autos frenaban, se intuían gestos indiferentes, pero todo ello llegaba muy atemperado, como una insinuación.
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