Canícula
Vivimos en un mundo que, a todas horas, pone a prueba los nervios y el temple de los habitantes
Hay momentos en que la monotonía instaurada por la retórica de los hechos cotidianos se quiebra y, a veces, haciéndose añicos, sus trozos se dispersan ... como vagabundos por las horas sueltas que ha dejado el día. En un concierto de jazz, el saxo tenor o la trompeta, dan una nota tan precisa y única, una nota tan destacable, y, a la vez, tan importante y radical, que los demás instrumentos se pliegan sobre el fondo musical y comienzan a subir por el camino ya antes trazado, hasta llegar al límite de las potencias de cada uno. Luego se restablece el orden y los instrumentos todos, en armonía, van cabalgando hacia el final. Apoteosis.
En el último concierto al que asistí, hubo un momento en que el instrumento musical, una guitarra española, llegó hasta la cumbre de su perfección, o casi, en un solo que parecía, más que un vuelo, el aleteo de los cernícalos cuando han divisado desde lo alto la presa. Es curioso constatar como los actos más violentos tienen inicios dulces, suaves, incluso inofensivos. En ese momento, la guitarra desgarrándose en su melodía, una espectadora, desgarrada por dentro, tuvo un comportamiento que a todos pareció extraño. Comenzó a respirar agitadamente, se notaba que algo fuerte y pesado le oprimía gravemente sus pulmones. Saltó de la silla que ocupaba y, corriendo, pisando y atropellando a los vecinos de fila, salió afuera gritando: «¡Voy a morir!».
Luego supimos que había sido un ataque de ansiedad, provocado por la emoción del momento, el estrés de los seres sensibles ante la presencia de una belleza incomprensible y difícil de asumir, por lo descomunal. Vivimos en un mundo que, a todas horas, pone a prueba los nervios y el temple de los habitantes. El equilibrio, del que algunos hacen obscena gala, es tan frágil e inestable, que no es raro que se deshaga, para bien o para mal, y las personas afectadas caigan en inexplicables melancolías o repentinas depresiones, cuya cura es larga, dolorosa, difícil, y no siempre eficaz.
Los cambios de temperatura actúan como detonantes del malestar; la canícula abotarga, el frío estimula, el calor o el frío excesivos matan, si no se toman las recomendadas precauciones. Lo que supera el umbral al que estamos acostumbrados provoca reacciones. El atisbo de una felicidad, aunque sea contingente, altera los mecanismos psíquicos, los lubrica y engrasa, de tal modo, que marchan a un ritmo y velocidades inusuales, provocando una ruptura no siempre deseada, ni prevista.
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