Machismo asesino
El crimen de Orio nos interpela como sociedad sobre el déficit de valores y la pervivencia atroz de la violencia contra la mujer
El crimen machista de Orio ha sacudido en las últimas horas a la sociedad guipuzcoana como un mazazo demoledor. El asesinato de María Lourdes del ... Hoyo se suma a la larga lista de mujeres que han perdido la vida en este territorio por la violencia ejercida por sus agresores. El hecho de que la fallecida no hubiese presentado denuncia alguna contra su agresor ni este tuviese antecedentes, impidió cualquier labor preventiva de las instituciones. Pero no hay que bajar la guardia. Estas muertes vuelven a interpelarnos como sociedad a la hora de mantener la máxima energía y la firmeza para erradicar esta lacra contemporánea, que demuestra la existencia de una falla profunda en nuestra convivencia. No hay remedios mágicos ante este espanto, pero necesitamos rearmarnos éticamente como sociedad. La batalla es compleja, requiere actuar desde muchos frentes a la vez y desplegar políticas públicas eficaces y continuas para combatir el machismo que sigue presente en nuestra sociedad a pesar de los innegables avances logrados. Estamos ante una batalla en la que el Estado de Derecho tiene que actuar con todo el peso de la ley frente a los asesinos machistas. También es una contienda de ideas, porque el telón de fondo es una grave crisis de valores. Sobre todo cuando conocemos que entre los más jóvenes también están presentes estos comportamientos.
Tenemos que reflexionar en qué estamos fallando desde la sociedad y desde las instituciones. Las reacciones de firmeza y de unidad son necesarias en estos momentos marcados por el dolor y el espanto. Pero no es de recibo que una sociedad como la guipuzcoana con estándares de calidad de vida elevados, que mira al modelo de bienestar nórdico, que se enorgullece de sus políticas sociales avanzadas, que habla de innovación y de retención del talento, que despega en lo económico, que exhibe pujanza industrial y unos servicios de vanguardia, encare una realidad que nos avergüenza como colectivo y nos hace retroceder a una absoluta degradación moral. Tanto los hechos en sí, con su macabra ejecutoria, como la banalización de los mismos. No podemos acostumbrarnos a esta rutina de horror. Asistimos a un profundo agujero moral por el que se escapa a raudales la credibilidad de nuestra sociedad si no reaccionamos a tiempo con coraje. Es una cuestión de dignidad humana.
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