La casa del vecino
El oficio de vivir ·
El progreso moral reside en ampliar el radio de nuestra solidaridad más allá de las diferencias tópicasAl hilo del debate sobre la solidaridad entre países, me he acordado de José Mª de Gamboa Ibargaray (1926-2009), todo un caballero vasco, tolerante ... y cosmopolita, a quien tuve el placer de conocer al final de su vida. Durante la II Guerra Mundial se alistó como voluntario en el ejército norteamericano participando en el desembarco sobre las costas francesas. Fue herido en las Ardenas pero se recuperó para sumarse al abrazo entre estadounidenses y soviéticos a orillas del río Elba que selló la guerra en el frente occidental.
Tras el triunfo aliado, las prioridades de la Guerra Fría contra el comunismo relegaron la ansiada democratización de España; muchos hablarían de traición de las potencias occidentales. Como tantos exiliados, José Mari lo vivió también de forma desgarrada y así se lo expresó al lehendakari Aguirre, quien en 1943 le había animado a alistarse en la US Army: «Con gesto algo triste y fatigado, pero con la misma convicción y sinceridad de siempre, me dijo: 'Era el deber de los vascos luchar por la libertad. Cuando la casa de tu vecino está ardiendo te corresponde ayudarle sin discutir las condiciones de tu ayuda'. No hubo traición –concluía Gamboa−. Era nuestro deber luchar sin esperar nada a cambio. En eso consiste la solidaridad».
La solidaridad se ha concebido desde dos perspectivas, una antropológica y otra comunitaria. La primera es la de quien esgrime una ética universal como rasgo intrínseco de nuestra especie: «Tenemos obligaciones con los seres humanos solo por serlo». Es la fraternidad que surge con el cristianismo, se seculariza con la Ilustración y se elabora políticamente con la Revolución francesa («Salud y fraternidad», se deseaban los republicanos).
El segundo tipo de solidaridad es la que se reparte de forma discrecional solo 'entre los nuestros': somos solidarios con los de nuestra nacionalidad, religión, ideología, raza, costumbres o forma de vida. Más generalizada, ésta prevalece incluso ahora mismo en que 'la casa del vecino' que está ardiendo en llamas es la casa común, bien que vivamos en 'habitaciones separadas'.
De una u otra manera, el progreso moral reside en la extensión del radio de nuestra solidaridad más allá de las diferencias tópicas, carentes de toda importancia a la luz de lo que realmente nos hace sujetos de dignidad: la sensibilidad hacia el sufrimiento, la enfermedad, la soledad, la pobreza. La solidaridad que nos mueve a considerar a quienes no son como nosotros/as también como 'de los nuestros'.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión