Una primera dama en Japón
El nombramiento de Sanae Takaichi no significa una conquista de la mujer japonesa; la nueva mandataria es una firme partidaria de mantener las viejas tradiciones
Carlos Larrínaga
Historiador y politólogo. Catedrático de Universidad
Lunes, 1 de diciembre 2025, 00:01
La elección de Sanae Takaichi como primera ministra del imperio del sol naciente ha supuesto una sorpresa en el tablero mundial, dado que supone una ... gran novedad en la historia de ese país que una mujer acceda a semejante cargo. Llama, pues, la atención que una realidad que es bastante frecuente en muchos estados europeos o de América Latina no lo sea en una democracia como la japonesa. Lo que quiere decir que, junto a esa imagen de modernidad y avances tecnológicos constantes que proyecta, sigue habiendo un sustrato añejo que aún pervive. Tan es así que su nombramiento, aun suponiendo romper un techo de cristal evidente, no significa, en verdad, una conquista especial de las féminas japonesas, una vez que, por ejemplo, ya ha declarado que está en contra de que una heredera sea emperatriz. Conservadora del ala dura del Partido Liberal Demócrata, es una firme partidaria de seguir manteniendo las tradiciones, es decir, esa idiosincrasia japonesa, que, en otros momentos de la historia, le sirvió para sortear las duras crisis que afectaron a la economía mundial en el pasado. Y en esa reivindicación de las costumbres y usanzas propias, Takaichi defiende una política inmigratoria restrictiva, a pesar de que hablamos de una sociedad donde el envejecimiento podría hacer estragos en unos años por falta de mano de obra.
Aunque el aspecto que ha llamado poderosamente la atención y que podría generar una acentuación de la tensión en el Lejano Oriente, y, en particular, con China, es su deseo de que Japón se rearme, cuando la constitución nipona posterior a la Segunda Guerra Mundial impuso, a instancias de Estados Unidos, unas limitaciones específicas a su ejército, habida cuenta de que fue una de las potencias perdedoras de la contienda, lo mismo que Alemania. No obstante, en un clima de aumento del conflicto en la región, en 2015 las autoridades japonesas aprobaron un mayor activismo de sus tropas en caso de que pudiera darse «una situación que amenazara la supervivencia de Japón». Apelando a este principio, Takaichi podría poner en marcha un programa de remilitarización parecido al llevado a cabo por Alemania a consecuencia de la invasión de Ucrania. Recordemos cómo el canciller Olaf Scholz dio un giro de ciento ochenta grados en esta materia. Sin duda, algo parecido podría suceder ahora en Japón.
En este sentido, cabe recordar cómo en 1868 comenzó la denominada revolución Meiji, una sucesión de acontecimientos que cambiaron la estructura política, desbancando a la figura del shogún, el jefe supremo militar que ejercía el poder político en nombre del emperador, en favor de este último. Fue precisamente a partir de ese año cuando Japón inició una fuerte occidentalización, comenzó su proceso de industrialización y renovó su ejército gracias a instructores militares europeos, especialmente, alemanes. De hecho, en los años transcurridos hasta la Primera Guerra Mundial Japón se convirtió en una auténtica potencia militar, la cual, siguiendo los esquemas propios de la época, no vaciló en lanzarse a la expansión colonial. De ahí la primera guerra sino-japonesa de 1894-1895, que se saldó con el Tratado de Shimonoseki, por el que Tokio se hizo con la isla de Taiwán y un protectorado en la península de Corea. Desde ese momento, las ansias imperialistas niponas no cejarían en su empeño de expandirse por el continente. Mismamente, en la conflagración ruso-japonesa de 1904-1905 chocaron los intereses de estos dos imperios por su rivalidad en Manchuria y en Corea. Firmada la paz, ambos contendientes se comprometían a abandonar Manchuria, devuelta a China; pese a lo cual, Japón logró en esa región una parte de la península de Liaodong, el sistema ruso de ferrocarriles en Manchuria meridional y la mitad de la isla de Sajalín.
Con posterioridad, las tropas japonesas, aliadas de Reino Unido y Estados Unidos, intervinieron asimismo contra los bolcheviques en el conflicto que siguió a la revolución de octubre de 1917, haciéndose con el control de Vladivostok hasta la conclusión de la guerra civil rusa. Si bien la intervención más sobresaliente y dolorosa fue la invasión de China en 1931, magistralmente reflejada en la novela de Pearl S. Buck 'La estirpe del dragón'. En el territorio conquistado los nipones fundarían Manchukuo al año siguiente, un estado títere de Tokio hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Fueron tales las barbaridades cometidas por los japoneses en estos años que aún supuran las heridas entre las dos naciones. Por esta razón, cuando pocas semanas después de su toma de posesión, Takaichi declaró que una posible invasión de Taiwán por parte de China podría constituir una amenaza para la pervivencia de Japón, en Pekín se encendieron todas las alarmas, desencadenándose una fuerte indignación. No en vano, las autoridades chinas consideran la isla como una provincia rebelde y, por tanto, las palabras de la lideresa japonesa como una intromisión en sus asuntos internos. La mención a Taiwán, sus deseos de fortalecer sus fuerzas armadas y su alineamiento inquebrantable con Trump pueden hacer que el mandato de la premier conduzca a Japón hacia una rememoración de tiempos pasados, pero no superados, en la región.
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