Cambio de hora
Parece como si el cambio de hora de comienzo de semana fuera como una especie de añagaza en nuestra actual situación de fuga, de embestida ... pasiva en la que dificultosamente sobrevivimos para chapuzarnos una hora antes hoy que ayer, en esta como ciénaga llena de monstruitos asesinos sobre la que se edificó el planeta; nada pues de edenes ni paraísos ni Evas competidoras; nada de manzanas doradas o verdes en el jardín, ni Hespérides ni misses. Pero sí, la serpiente. Así ha sido. El tiempo, no el de la climatología sino el del reloj, se nos ha cambiado de hora anteayer y ha sido una hora antes cuando se nos ha sumergido en este lodazal. Se trata de una especie de argucia anual. Mero autoengaño obligado porque si quisiéramos proseguir en la vieja hora, nos daremos cuenta de que esa gama personal no importa que así siga año va año viene, sin que para nada nos importen esos absurdos cambios que nos integran en el cotarro común y por el que resulta que se nos ha echado encima la maldición (o bendición, ¡qué más da!) del sello de la tribu, es decir, uno más entre todos y cualquiera en el escuadrón de los contemporáneos según el destino que nos marcó a refregar los pensamientos de unos y otros, que por ser estos tan del todo descarnados, cuidamos de que no se traben en otras relaciones de intimidades carnales hoy en barbecho total hasta el pringue de las contaminaciones como las que ahora vivimos con la sensación, que pudiera ser preocupante para mentes escrupulosas, de un bicharraco que somormujea en nuestras intimidades tratando de buscar ese píloro mortal de nuestras entrañas mediante el cual dar fin a nuestra estancia terráquea, tanto para los que están aburridos de ella como para los que todavía no piensan en entregar el banderín del relevo masajeándose de vez en cuando a la vera del camino que conduce a la meta que, si «hasta ahí llegaremos o no» es el problema más importante que se debate estos días.
Del cambio de hora al cambio de vida contando, ya ambos en el quicio del mutuo existir momentáneo, la buena suerte del lector, que tantas veces tanto ayuda me hace partícipe de un poema tan generosamente ofertado de este libro ('Antología poética' de Ósip Mandelstam (1891-1938) 'Editorial Alianza, 2020', que, en primera hora mañanera se me acoda entre las manos y me regala algo como el diapasón de la hora u horas, cuando escrito me deja que: «Cuando un golpe con otros golpes se encuentra, / infatigable pende sobre mí/ el funesto péndulo/ que quiere ser mi destino. /Se acelera, bruscamente se para,/ y cae el eje./ Y es imposible verse, coincidir,/ no hay modo de esquivarlo./ Afilados arabescos se entrelazan,/ más y más veloces,/ vuelan envenenados dardos/ de la mano de intrépidos salvajes.../», que sí que será coincidencia pero es que en la vida todo lo es así (o así es como en algún momento nos lo parece), que ello me lleva a sopesar aquellas otras versificaciones del latino Publio Elio Adriano Imperator (76-138) tan presente por tanta resonancia de aquella su 'Animula vagula, blandula ... de la que se hacía eco (¿y cómo no?) M. Yourcenar, y nosotros con ella al traducirla sobre todo y encontramos con un alma vagabunda huésped y compañera del cuerpo, a la que se le pregunta con esa con la que nos refregamos tan incontinentes tantas veces; de cuándo, en su futuro, se verá pálida, rígida y desnuda (que esto pudiera parecer hasta una batalla mental de palabras biensonantes pero es mucho más): es un hundimiento, es una indagación, es un análisis, un reconocimiento junto con la admiración a la prosa y tan batallante de M. Yourcenar de, al igual que el médico Hermógenes, ver, en la carne del emperador 'un saco de humores, una triste amalgama de linfa y de sangre' como nos ocurre a los que nunca imperamos para nada, y junto con la empatía o antipatía de nuestro propio cuerpo en nuestras propias excavaciones, llegar a las estribaciones del alma, que lo describe ella como un monstruo solapado que acabará por devorar a su amo', que es así, salvando las inmensas distancias, como lo estamos viendo casi desde cuando tuvimos la esforzada acción del sentido común humano, fuente de todos los desplaceres orgánicos que hemos ido sobrellevando no se sabe hasta cuándo.
Acaso sea éste el momento liminar, ése en el que se pide un rumbo distinto al timón para que los viejos hábitos de vida se nos destiñan y nos arropemos en vestiduras distintas no importa tanto si nuevas o tan viejas cual si merovingias fueren; la mano agarrotada a su rueda, que son así, o me lo parece al menos, todos estos días del 'estado de alarma' que ahora comienza y en los que elevo la persiana y veo la cola de gentes, las más de ellas disfrazadas por amordazamiento, manteniendo las distancias reglamentarias o con mayor holgura aún, extendiéndose en cola de espera ante las tiendas abastecedoras de alimentos y linimentos más esenciales de nuestro vivir, del pan nuestro de cada día como reza la oración cumbre en su período más astringente aunque también más estremecedora de cuando el galillo siente algo como la espada de Damocles en oscilaciones como de péndulo de Poe, una especie de angustia en todo caso.
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