Un gorila en la puerta
Nos creíamos escurridizos cual anguilas o lampreas. Nos habíamos colado decenas de veces en cientos de palacios, salones y cabañas. Habíamos despistado a la Policía ... entre las callejas de los centros históricos de nuestros respectivos lugares de origen. Habíamos falsificado viejas entradas para asistir a conciertos con toda la boletería agotada y raspado números de carnet para que, en los tiempos cuando las mejores películas estaban reservadas a los mayores de dieciocho años, el portero del cine creyese que nosotros ya teníamos pleno uso de razón.
Por primera vez fracasamos. Fue a las puertas de una tienda de esas compañías de telefonía móvil que mientras no les creas problemas te consideran 'cliente diamante'. Íbamos a entrar, ¿por qué no? Estaba abierta. De pronto alguien nos para, ¿qué quieren? Pasar. ¿Para qué? Asombro por nuestra parte. No, me tienen que decir para qué. Si vemos que podemos atenderles, entran. Si no, por teléfono. Y no entramos.
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