Bajo el síndrome de Medea
Utilizar a los niños como venganza propiciatoria, es decir, como amenaza que parece ser, y es, el gran sarpullido de un dolor que revienta entre ... las neuronas de los celos sin que nada pudiera atajar lo suficiente como para amansar aunque mínimamente sea su impresionante explosión de nunca se sabrá qué oscuras revoluciones tan dramáticas, mantiene ahí, en la Historia de sus muy viejos tiempos, la imagen vibrante de calenturas asesinas de las que se me vienen muy aprisa dos. Una de ellas, ¡cómo no!, la procedente del cruel Jehová bíblico en su relación con el profeta Abraham y el sacrificio de su hijo en el monte Moriá.
Y cambiando ahora de registro y arrebujándonos en textos mitológicos, la muy vengativa estampa de una mujer llamada Medea, enamorada de un tal Jasón a quien ayudó a hacerse con el preciado 'Vellocino' (o 'Toisón') de Oro, una de las más preciadas joyas para contentar al Sumo Dios Júpiter y librar a la Humanidad de todo tipo de pestes. Que ya entra aquí aquellas tan arduas de los argonautas, la deriva del sentimiento enamorado de Jasón desde la persona de Medea a la de Creusa, lo que hace que Medea maldiga a los hijos que le procuró su adorado pero traidor Jasón, el degüello de esos hijos y el odio hacia Creusa y su vestido de boda en llamas, etc. Unas historias de truculencias tales solamente posibles en mitos mitológicos –es decir, doblemente míticos— que piénsese como se piense, resulta que caletres humanos expuesto a tales temperaturas sentimentales pueden dar lugar a que lo increíble se torne en real, séase en los tiempos sin tiempo de Abraham e Isaac y Medea y Jasón como en los actuales que corren bajo la firma de un tal Tomás Gimeno, asesino de sus dos hijas, Olivia y Anna, por venganza amorosa hacia la madre de éstas, Beatriz Zimmermann, que son los personajes que actualmente ocupan la curiosidad y el interés del público en general, lo que no deja de ser una deriva natural no solamente por el brutal episodio que les embarga sino también porque sería imposible encontrar actores más eficientes que los de los personajes niños que nada más que aparezcan en el horizonte de nuestras memorias y de nuestros sueños personajes como 'El Principito' de Saint-Exupéry (1900-1944), hay como una torrencial sonrisa de aprobación que engrasa nuestras vías empáticas. Y, por ellas, empiezan a asomar otras mil y figuras llenas de encanto entre las cuales no pudieran faltar James M. Barrie a quien le dio por crear su personaje de Peter Pan (obstinado en no querer crecer) y otros como es el caso de Lewis Carroll y su Alicia en el País de las Maravillas, que en tratando de casos parejos no sería otra cosa que el de aportar una gran serie de colosales aporías de modo natural que dejarían chiquita la estampa de Ulises con su tortuga, así como que habría que pensar también, ya que de niños se trata, en la deriva tan a contrapié recorrida por un tal Benjamin Button incubado en las cavernas imaginativas de un tal Scott Fitzgerald que se las ingenia con el niño que nace anciano y recurre y recorre calendarios rejuvenecedores.
Y, si en busca de ejemplos al Oriente fuéramos, o simplemente al mundo de los cómics, las lámparas maravillosas y los deseos se realizaban que ahí están las mil y una noches de Scherezade (o mejor aún de Antoine Galland) contando y recontando a su príncipe insomne maravillas de tal envergadura y cantidad que al revés que lo que le ocurría al tal príncipe con respecto a sus sueños, maravilla en cambio que los niños no se durmieran cuando se escribieron precisamente para que así ocurriera.
Pero no sé yo si los años han cambiado mucho o tanto, sobre todo para el Oriente y para nosotros, aunque dudo que también para los niños que gran paradoja pareciera que fuesen inmutables, que pudiera ser que fueran más como esos habitantes minúsculos de los bosques llamados elfos o gnomos en los cuentos de hadas y que viven en los tejuelos de las setas y se asoman desde sus sombrerillos y con los que conviene estar a buenas. Y hablar así me parece como para pedir perdón por si pareciera ligereza de tono y manera tratar como si de un juego de cartas en donde la prepotencia de unos se impone sobre la impotencia de los otros con la novedad de un nombre, esa de la 'violencia vicaria' cuya autoría dícese que reside en la lexicografía de una psicóloga.
En todo caso, hasta la misma manera de escribir algo sobre un tema de tanta gravedad como es la de este caso pudiérase dar idea de un tratamiento demasiado banal, cosa que personalmente me sería imperdonable ante lo cual como defensa alego que, en todo caso, me es tema, si en algo recusable, también recurrente, y me remito al que firmé en estas páginas en fecha 10-06-14, donde bajo el título de 'El vellocino', citaba a la maga Medea acompañada de autores como Virgilio, Ovidio, Conrad, Verne, Stevenson, Salgari, etc. Es decir, 'nihil novum sub sole'.
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