La demografía del odio
Andrés Montero
Jueves, 29 de mayo 2025, 23:52
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Andrés Montero
Jueves, 29 de mayo 2025, 23:52
Las actuales operaciones militares de Israel en Gaza son el resultado directo del ataque que una coalición armada de árabes-palestinos, comandada por Hamás, perpetró ... en suelo israelí en octubre de 2023, masacrando a población judía. Hamás llevaba décadas cooptando a la población gazatí y convirtiendo sus hogares en un inmenso fortín subterráneo y cuartel general insurgente desde el que avanzar, en la medida que fuese, hacia la destrucción de Israel. Tal vez es el momento más incómodo para recordarlo, con buena parte de la opinión pública europea, y la mayoría de la española, malquistada con Israel. Defender a Israel ahora, desde Europa, es impopular. Por eso, aunque embarazoso, es el tiempo más oportuno para la memoria y para las verdades que nadie está de ánimo, o de conveniencia, para escuchar. Es duro admitirlo ahora, cuando cualquier persona decente asiste horrorizada a la expulsión violenta de millones de gazatíes de sus hogares, con decenas de miles de ellos muriendo bajo la apisonadora de guerra israelí.
Por más increíble que parezca, estamos reviviendo, una y otra vez, la misma historia en Palestina. La diferencia es que los judíos israelíes y los árabes palestinos que conocemos ahora no son, ni de lejos, los mismos que antaño. Desde su concepción en 1948, Israel siempre ha estado en guerra contra enemigos árabes que pretendían suprimir el Estado hebreo. Y las guerras consecutivas han pasado una factura, producido mutaciones, no sabemos si irreversibles, en las identidades judía de Israel y árabe de Palestina.
En la guerra de 1948 Israel se defendió de una agresión árabe, resultando en la Nakba, la masacre y expulsión en masa de árabes-palestinos de sus hogares, como ahora en Gaza tras el asalto de Hamás de 2023. Israel pasó a controlar parte del territorio que definía como palestino el plan de partición de la ONU, en Galilea occidental, algo de Cisjordania, y Jaffa en Tel Aviv. En aquella guerra el nuevo judío israelí que había idealizado Ben-Gurión, el del kibutz, el hebreo y la imaginación creadora, corroboró que había un enemigo árabe dispuesto a exterminarlo. En la Guerra de los Seis Días, la misma alianza de enemigos árabes en países alrededor de Israel planeaba destruir el Estado hebreo, cuyo ejército se adelantó y prevaleció. Aquella guerra cambió la identidad del judío israelí, que ya venía de saber que estaba rodeado de enemigos que pretendían extinguirlo, pero entonces constataba que era capaz de vencer a ese enemigo en cualquier circunstancia.
La siguiente agresión árabe, en el día del Yom Kippur y que infligiría una herida parecida a la de octubre de 2023, acrisolaría en la identidad judía israelí la desconfianza, la aprensión, cuando no el odio, hacia una némesis árabe que quería aniquilarla.
Conviene insistir en que el Israel de 1948 no es el de 2023. El punto de inflexión, en la traslocación de la identidad judía israelí, suele situarse entre la euforia omnipotente de la guerra de 1967 y el trauma del Yom Kippur de 1973. Sin embargo, tal vez el punto de no retorno fue el asesinato en 1995 de Isaac Rabin, héroe militar de la independencia de Israel, primer máximo mandatario nacido en el nuevo Israel y muñidor de la paz con Egipto y Jordania, a manos de un judío supremacista que abominaba de los Acuerdo de Oslo, los que dieron lugar a la Autoridad Palestina. Una parte de Israel ya venía comenzando a sentir, casi como un mandato, que alejar de sí a los árabes en general, a los palestinos en particular, es condición de posibilidad para la pervivencia de Israel. Es en lo que creen sin asomo de duda los aliados supremacistas y ultramesiánicos en la política de Netanyahu, como su exministro de seguridad Itamar Ben-Gvir o su ministro de Finanzas Bezalel Smotrich.
Gaza será ocupada por Israel. Cisjordania, ya carcomida de asentamientos neomesiánicos, es la siguiente. No hay ningún palestino hoy que no se haya socializado en el odio a Israel, justificadamente según muchos que, a expensas de ciscarse en la historia, consideran al Estado hebreo una potencia colonial. También una nueva demografía del odio instalada en una mayoría creciente de la población judía israelí está determinada a equipararse con el lema insurgente palestino de la OLP y luego de Hamás «desde el río hasta el mar», en los radicales judíos para llamar a la expulsión de los árabes, que militan, a su vez, para el desahucio judío de Palestina. Con esta demografía del odio, jamás habrá un Estado Palestino. Es tiempo de ir pensando en alternativas. Ni los dos Estados, ni un Estado confederal funcionarían. Los menos interesados, de siempre, son los países árabes circundantes. Si Trump durara diez años más, Egipto, Jordania y Siria alojarían, en precario, a toda la población palestina expulsada a cambio de ventajas comerciales y geoestratégicas concedidas por el socio estadounidense.
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