«Han tomado el aeropuerto con 30 helicópteros»
Igor Likhvanchuk, un ucraniano que reside en Kiev vinculado a Gipuzkoa por la Asociación Chernobil, cuenta cómo vivió el ataque a su ciudad
El reloj todavía no había marcado las cinco de la mañana cuando a Igor Likhvanchuk se le vino ayer el mundo encima en su casa de Kiev. «Me había despertado hacia las 4:45 para beber agua y al volver de nuevo a la cama escuché dos fuertes explosiones. Enseguida me conecté a internet y entendí lo que estaba pasando. La guerra había empezado». Los sonidos que llegaban a su casa, consiguió reconstruir después, eran las detonaciones de las bombas que caían sobre el aeropuerto de la capital ucraniana. «Los rusos atacaron el aeropuerto de Kiev a pesar de que estaba defendido por nuestro ejército bombardeándolo con treinta helicópteros».
El retumbar de las bombas que caían sobre el aeródromo hizo que Likhvanchuk y todos sus compatriotas tomasen conciencia de forma abrupta de las verdaderas intenciones de sus vecinos rusos. Una realidad, la de la guerra, que de vez en cuando se asomaba a sus pensamientos pero que ellos intentaban apartar una y otra vez confiados en la negociación y la diplomacia como vías para resolver las diferencias. «Nunca podía imaginar que Putin llegara a bombardear ciudades de esta manera. En Kiev se están bombardeando las bases donde hay armas y explosivos, pero también se están atacando objetivos civiles. Ha habido explosiones en la central térmica que alimenta de energía eléctrica a la ciudad y también ha habido ataques a una central hidroeléctrica cercana. Si la presa llega a romperse por las bombas hubiese habido una catástrofe porque Kiev se hubiese inundado y tendríamos miles de civiles muertos. Es una evidencia que contradice lo que cuentan los medios de comunicación rusos, que asegura que solo se están atacando objetivos militares. En Kiev se está atacando también a los civiles».
«Si se llega a romperla presa en el ataque a la hidroeléctrica hubiese habido miles de muertos»
Likhvanchuk, de 34 años, trabajó como monitor de la Asociación Chernobil, que organiza desde hace años estancias de niños ucranianos en familias de Gipuzkoa durante el verano. Sus vínculos con el territorio le llevan a hacer un llamamiento a la población para que apoye a su país. «Es necesario que los guipuzcoanos sepan lo que nos está pasando y nos apoyen. Los militares rusos están cercando Ucrania por todo los frentes. Es una situación terrible que solo se puede atajar con el apoyo y la presión internacional».
«Es solo el primer paso»
Aunque todavía no ha tenido tiempo de hacerse una idea de cuál va a ser la respuesta del mundo a la invasión de su país, Likhvanchuk es realista y no se hace muchas ilusiones. «Hasta donde sabemos creo que no va a venir nadie a ayudarnos, no tenemos muchas esperanzas de que los soldados de la OTAN nos respalden. Tenemos confianza en nuestras fuerzas militares porque si algo está claro es que los ucranianos no queremos pertenecer a Rusia».
El ucraniano es de los que piensan que el presidente ruso no se va a confirmar con la invasión de su país. «Esto es solo el primer paso, Putin irá luego a por otros países porque siempre ha creído que su papel es recuperar el Imperio ruso». Likhvanchuk establece en ese sentido algunos paralelismos entre la situación que vive su país y lo que ocurrió en Checoslovaquia en los meses previos al estallido de la Segunda Guerra Mundial. «Cuando Hitler invadió Checoslovaquia nadie le dio importancia y nadie dijo nada».
Aquel conflicto bélico, que se vivió con especial intensidad en Ucrania, aún está presente en la memoria de algunos de sus habitantes. «Es una situación terrible para el pueblo ucraniano, la abuela de un amigo mío, que tiene más de 90 años, defendió la ciudad de Kiev durante la Segunda Guerra Mundial junto a los rusos y ahora está viendo cómo son las mismas tropas rusas las que nos están atacando».
Como otros muchos miles de habitantes de la capital ucraniana, Likhvanchuk abandonó ayer mismo con su familia su ciudad por carretera. El temor a la llegada de las tropas rusas provocó un éxodo masivo que colapsó todas las rutas que conducen a las zonas occidentales, las más próximas a Polonia o Rumanía.