Tránsitos
En el paleolítico, chamanistas y animistas pasaban los días llorando a sus muertos. Perder a un ser querido era un hecho cotidiano y aquellos primeros ... creyentes aprendieron a aceptar la muerte. Fallecer suponía viajar a otra dimensión espiritual en la que los muertos permanecían presentes en la vida del grupo y se comunicaban habitualmente con sus allegados.
La fe nació buscando un sentido al dolor de la pérdida. Hoy, hemos dejado de creer porque sufrimos la muerte con otra intensidad. Nuestros mayores viven más, cada vez pasa más tiempo entre un fallecimiento cercano y el siguiente y, con el progreso, las sociedades urbanas han transformado su relación con la muerte. Durante cuarenta mil años crecimos conviviendo con la pérdida hasta que, entre los años 70 y 80, morir pasó de ser un acontecimiento familiar y comunitario a un trámite individual, distante, medicalizado y gestionado por profesionales.
Decimos que el móvil ha muerto cuando se queda sin batería pero cuando muere un abuelo contamos a los niños que se ha ido de viaje. Hemos decidido dar la espalda al duelo y lo cierto es que es muy cómodo. Ritos como el del día de Todos los Santos han mantenido durante siglos la conexión con las generaciones anteriores. Conmemorar a los antepasados, recordar sus sacrificios y logros, era una forma de mantener una cadena que perdura desde el principio de los tiempos. Pocas cosas hay tan humanas como la muerte, y darle la espalda es una forma de olvidar nuestras vidas.
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