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– ¿Cree que León XIV tendrá un acercamiento más evidente con el País Vasco, por ejemplo, considerando sus raíces españolas?
– Hay muchas especulaciones sobre ... si Francisco 'nos tenía castigados'. Desde fuera, puede parecer que estuvo un poco alejado de España, aunque él tenía sus prioridades. Siempre se centró más en las periferias, en lugares que quizás no estaban en el foco de los medios. En cambio, León XIV, por su origen estadounidense, con un carácter más práctico y organizador, podría tener una agenda un poco diferente. Ha estado en España antes, incluso en Errenteria y Bilbao, cuando era general de su congregación. Así que no me sorprendería que, de querer, venga a España en algún momento.
– ¿Y en cuanto a la posibilidad de que venga pronto, qué cree que podría influir en ello?
– Ojalá venga pronto y nos regale una visita a Loiola o Arantzazu. Pero también hay que ganárselo, ofrecerle un buen recibimiento. Quizás una buena invitación, unos chipirones... (ríe).
– ¿Qué esperan los fieles guipuzcoanos del nuevo Papa?
– Que sea el Papa, simplemente. Que represente lo que tiene que ser, pero también que aporte su propio sello. Lo que pasa es que las expectativas siempre varían: para algunos será demasiado moderno, para otros demasiado conservador. Eso es inevitable. Cualquier Papa será siempre una figura discutida. Ojalá querida, pero discutida. Y es normal. En este mundo polarizado, esa dinámica también afecta a la Iglesia. Nosotros no vivimos en una burbuja aislada. Lo bueno del mundo se nos pega, pero también lo malo.
– ¿Diría que se percibe ilusión en la comunidad cristiana?
– Hay un aire de esperanza. Muchos creyentes necesitaban reencontrarse con la alegría de saberse parte de algo grande, de una Iglesia que sigue viva, que se mueve, que se renueva sin romper. Eso da confianza, especialmente en tiempos como los nuestros, en los que todo parece tan volátil.
– ¿Cuáles cree que son los mayores desafíos para la Iglesia en este momento?
– En el pasado, la evangelización se enfocaba mucho en llevar la fe a lugares distantes, pero hoy el desafío está en transmitir la fe a las nuevas generaciones. No solo como una ideología, sino como una experiencia real de fe. Creo que lo esencial es que ellos puedan experimentar esa verdad profunda de que Dios nos ama incondicionalmente. Cuando alguien se da cuenta de esto, su vida cambia, porque esa experiencia influye en su comportamiento y desarrollo moral. Eso es lo que necesitamos transmitir.
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