Las primeras oficinas de farmacia en San Sebastián

La mayoría de los enfermos eran pobres, faltos de alimentación e higiene, y los médicos eran tan escasos que casi no existían y los que surgían de los escombros, salvados de la hecatombe, no podían ser contratados porque la vacía Caja Municipal no podía pagarles. Fue en 1814 cuando el único médico titular existente en la ciudad solicitó que, por lo menos, se abriera una botica dentro de las murallas, pues la más próxima se encontraba en Pasajes.

El boticario pasaitarra, con toda su buena voluntad, advirtió que no podía trasladarse a San Sebastián cada vez que hiciera falta una medicina, pero que se comprometía a surtir de lo más necesario al galeno de la Plaza. Según entraron recursos en el Ayuntamiento, en 1816 ya se dispuso de fondos para contratar dos médicos que visitarían a los enfermos en sus casas, cobrando varios reales cuando debían trasladarse a zonas rurales.

Este traslado obligaba a que el médico tuviera caballo o el enfermo lo enviara desde el caserío, retrasando el proceso, sin contar las situaciones que se daban cuando la enfermedad llegaba después de anochecido: las puertas de la muralla se cerraban. Se encontró la solución haciendo que los médicos se alternaran, durmiendo uno fuera de los muros. Hasta 1864 no se presentó la primera solicitud para abrir una farmacia, concedida a Julián Peña, que se estableció en Oquendo 10 y el 1 de diciembre de 1869, abrió la suya Ramón Usabiaga en la plaza de Guipúzcoa 1.