1908 | Las Escuelas de Viteri

A raíz de su muerte, el municipio «abrió un concurso para hacerle un obsequio póstumo, señalando un premio al mejor trabajo biográfico de este bienhechor, el cual se adjudicó en julio de 1908 a don Vicente Ferraz y Turmo, Catedrático del Instituto de San Sebastián». Se editaron 2.000 ejemplares.

Nacido Viteri en Mondragón, actual Arrasate-Mondragón, en 1833, quiso invertir su fortuna a beneficio de la escuela pública y subvencionó la construcción de centros de enseñanza en distintas poblaciones guipuzcoanas.

El Ayuntamiento donostiarra destinó a este fin terrenos municipales próximos a la iglesia de San Ignacio, hoy plaza de Cataluña, colocándose la primera piedra el 9 de mayo de 1905, coincidiendo con el tercer centenario de la publicación de la primera parte de 'El ingenioso hidalgo...'.

Correspondió al alcalde José Elósegui pronunciar el discurso de agradecimiento y al también alcalde, Leonardo Moyúa, marqués de Rocaverde, al año siguiente, presidir el acto de inauguración de la escuela nominada de Viteri. Una detallada descripción del edificio nos enseña que constaba de sótanos con entrada independiente y planta baja destinada a párvulos, retretes y galería para recreo. Tres vestíbulos en el primer piso, conduciendo el central a las habitaciones de los maestros y los otros a tres aulas destinadas a niños y dos a niñas. El edificio fue valorado en 70.000 pesetas, que eran 200.000 incluyendo el terreno. (Pasado el tiempo y reformada la plaza, el edificio fue destruido, siendo trasladada la escuela al lado izquierdo de la misma iglesia, actuales Escuelas de Biteri, entre las calles Zabaleta, Trueba y San Francisco).

El 5 de junio de 1906, un mes antes de que fuera inaugurada la primera escuela, el Ayuntamiento nombró a Pedro Viteri Hijo Adoptivo y acordó dar su nombre a una calle de Gros, decisión aprobada en octubre de 1931. El año 1909, estas escuelas, junto a las de Amara, Ensanche Oriental, Antiguo y Peñaflorida, se sumaron a la iniciativa del Ayuntamiento por la que, vanagloriándose de «ser San Sebastián una de las ciudades que más celosamente atendía los altos intereses de la enseñanza siendo, sin duda, la que mayores sacrificios hace por este concepto», se crearon cantinas a las que acudían unos mil escolares.

Se trataba de, a través de estas cantinas, además de desarrollar los conocimientos de la mente «suministrar gratuitamente alimentos sanos y nutritivos a los alumnos de las Escuelas públicas». En ellas se enseñaban los principios básicos de urbanidad a la hora de sentarse en la mesa y fomentar el compañerismo.

Para asistir a los comedores tenían preferencia «los huérfanos, los acogidos en casas de parientes, los hijos de viuda y los hijos de matrimonio obrero de escaso jornal, siendo condición indispensable la puntualidad a las clases y la buena conducta del alumno». El menú consistía en «sopa de pan, legumbres bien condimentadas y lo más variadas posibles, un trozo de carne cocida y un buen trozo de pan fresco», incluyéndose, una vez a la semana, sopa de arroz y bacalao».