1993 | El origen del Cañonazo
Obvio resulta recordar que la celebración de corridas taurinas en la plaza de toros de Atocha, allá por 1876, dio lugar a que tres años más tarde se celebrará la primera Semana Grande donostiarra. Durante décadas, fueron el epicentro de un programa basado en los conciertos de la Alameda y fuegos artificiales, al que se añadía la Salve y, con el tiempo, la temporada teatral, carreras de caballos, bailes y espectáculos en La Perla y fiestas sociales, muy elitistas, en algunos clubes de la ciudad.
Con no demasiadas variantes, que algunas hubo, más dedicadas a la colonia veraneante que a los locales, se mantuvo dicha estructura hasta que en 1973 ... se celebró la última corrida en el Chofre. Derribada la plaza en 1974, al siguiente, con protesta de un amplio sector del público que la consideraba «de pueblo» y no acorde con el prestigio de San Sebastián, se instaló una portátil en el Antiguo.
1993
El derribo de la plaza del Chofre obligó a modificar la línea seguida por la Semana Grande desde su creación. Como anuncio del inicio de las fiestas se programaron fanfares, suskotrakak y fuegos diurnos
La prensa local dedicó amplios espacios a preguntarse, por vez primera desde 1879: ¿Qué es la Semana Grande? ¿Cómo debe ser la Semana Grande? ¿Qué hacer con la Semana Grande? Desde el Ayuntamiento se convocaron concursos de ideas, se solicitó colaboración ciudadana para aportar proyectos y se aceptaron toda clase de sugerencias.
Como pollo sin cabeza, cualquier iniciativa se incluía en un programa de muchas páginas, siendo la propia asistencia de público la que marcaba el futuro: lo que fracasaba se anulaba y lo exitoso se repetía, quedando, todavía en nuestros días, actuaciones de aquel periodo.
Coincidió en el tiempo la muerte de Franco y la inestabilidad en las calles con un cambio político radical. Desapareció el turismo oficial y el privado que llegaba desde Madrid, manteniéndose el procedente de Zaragoza y Barcelona, a pesar de lo cual el enfoque de la Semana Grande comenzó a ser «para los de casa».
Celebradas las primeras elecciones municipales, la concejalía de fiestas bilbaína convocó en su Ayuntamiento a comisiones populares de Iparralde, Pamplona, Vitoria y San Sebastián para estudiar fiestas más participativas. Hubo acuerdo en que no era necesario tocar nada en Pamplona, apoyar a Baiona que seguiría su trayectoria, potenciar Celedón y los blusas en Vitoria, crear Marijaia y la bajada de las cuadrillas en Bilbao y popularizar la Semana Grande apoyando conciertos y la zona de txosnas, organizar un comienzo de fiestas y establecer como señal de identidad el pañuelo azul y blanco.
Para comenzar la Semana Grande se propuso, sin éxito, algo ya pensado para el día de San Juan: que una gran ballena entrara por Puntas y, tras rodear la bahía, fuera recibida en el Muelle o, recuperando una antigua leyenda, que un dragón bajara de Urgull recorriendo la Parte Vieja.
Así las cosas, el Ayuntamiento decidió iniciar la Semana Grande disparando, por la tarde, fuegos artificiales diurnos que, al no recibir la aceptación del respetable, fueron sustituidos, durante varios años, por una gran traca (suskotraka) a la que en 1984 se sumaron fanfares y la comparsa de gigantes para cantar el 'Artillero'.
El alcalde, Ramón Labayen, salió al balcón central de la casa consistorial esperando una muchedumbre a la que saludar, pero solo observó un paisaje semivacío: obras y el acotado de los fuegos habían desplazado al gran público junto a la calle Hernani y Boulevard. Dícese que fue lo que, poniéndole nervioso, le hizo pronunciar su famoso «Felices Pascuas». En 1993, el Artillero Mayor, Luis Mocoroa, dio las órdenes oportunas para, por primera vez, disparar un cañón que marcaría desde entonces el comienzo de los actos festivos, una vez aprendida la lección, no desde el centro sino desde uno de los ángulos de la terraza.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión