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San Sebastián, reconozcámoslo, siempre ha tenido fama de ciudad bonita pero cara. Acaso hoy lo tengamos más asumido pero en 1950 se resistían a aceptar tal realidad. Un artículo publicado en la última página de El Diario Vasco el 6 de mayo de 1950 llevaba la siguiente cabecera: «La propaganda turística de San Sebastián. Hay que destruir la fama de la carestía de precios».
El ínclito Alfredo R. Antigüedad insistía en que la capital donostiarra no era tan costosa para los visitantes como muchos pensaban...:
«Existe una leyenda –aseguraba– que habla de la carestía de la vida para los forasteros en San Sebastián. Se difunde la especie de que son objeto de una incalificable explotación, y de lo necesario de una gran fortuna para poder veranear entre nosotros».
«Esa especie de la carestía es, sin duda alguna, lo que mayor daño ocasiona a nuestra ciudad. Cierto es que la vida está cara –para el forastero y para el indígena– pero no lo está más que en Madrid, que en Barcelona o que en Bilbao».
El articulista consideraba en mayo de 1950 que «en estas cosas al hablar de precios, siempre hay una predisposición a aumentar; lo mismo en cuanto a barato que a caro; pero aquí se ha hablado de carestía, y rodando la especie, como bola de nieve, llega a producir terror en familias que se disponían a venir a la Concha». Negaba con rotundidad Alfredo R. Antigüedad que nuestra ciudad ofreciera precios especialmente altos y proponía una campaña para contrarrestar una imagen que creía injusta...
«Para destruir esa leyenda, hay que orientar inteligentemente la propaganda. Publicar precio medio de los alojamientos en invierno y verano. Cifras que se piden por el alquiler de villas y pisos. Precios auténticos de los diversos artículos de comer, beber y arder. Tarifas de los cafés y espectáculos. Todo, en fin, cuanto contribuya a que los forasteros conozcan la verdad. Porque la verdad es que no siendo barata la vida en nuestra ciudad, no es más cara, ni mucho menos, que en otras poblaciones, incluso en la temporada estival».
Solicitaba el articulista la implicación del Centro de Atracción y Turismo y «la colaboración unánime de todos los sectores donostiarras. Y los primeros, los alquiladores de villas y pisos».
En ese punto concreto sí admitía Antigüedad un tanto la tendencia a las subidas de precios, al recordar que «a la vista del extraordinario y magnífico verano de 1947 –acaso el mejor de los últimos veinte años– para el año siguiente se aumentó el precio de los alquileres. En el pecado llevaron la penitencia, pues a última hora tuvieron que alquilar a menor precio».
«No pretendemos que los dueños de esas villas y pisos se sacrifiquen; decimos que no quieran ser ellos los que sacrifiquen a los demás».
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